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Sophie Bustos | La nación no es patrimonio de nadie. El liberalismo exaltado en el Madrid del Trienio Liberal (1820-1823) | 2022

En el contexto del bicentenario del Trienio Liberal (1820-1823), la producción historiográfica sobre esta experiencia política se ha renovado considerablemente. En los últimos tres años han ido apareciendo novedades que han aportado una nueva mirada al Trienio, aunque pocas que centraran toda su atención en el estudio de una cultura política concreta. El trabajo que aquí reseñamos, La nación no es patrimonio de nadie. El liberalismo exaltado en el Madrid del Trienio Liberal (1820-1823) (2022), viene a cubrir un relativo vacío historiográfico constatado: la cultura liberal exaltada, construida frente (y en oposición) al liberalismo moderado. Su autora, Sophie Bustos, nos presenta aquí una readaptación al mundo editorial de su tesis doctoral, donde estudia la génesis y evolución de esta cultura política radical.

Por tanto, en el presente volumen, Sophie Bustos analiza la cultura política forjada en el seno del liberalismo exaltado. Una cultura política construida no sin choques ni contradicciones internas, pues, efectivamente, existieron diferentes “exaltados” dentro de esta misma corriente. Desde el exterior, las culturas políticas parecen coherentes internamente, sin embargo, si hurgamos en ellas nos encontraremos con una amplia panoplia de “subculturas políticas” en pugna por ser consideradas hegemónicas dentro de la matriz principal. Así, Bustos constata y analiza estos diferentes grupos internos en conflicto dentro del liberalismo exaltado, diferenciando dos subculturas principales: unos “pragmáticos”, defensores de los intereses de la incipiente burguesía nacional; y un grupo “utópico”, más radical, y que acabará sobrepasando incluso los límites marcados por la Constitución de Cádiz. Dos grupos, por tanto, defensores de intereses, no sólo opuestos, sino antagónicos en varios aspectos, dentro de una misma cultura política aparentemente coherente.

Sophie Bustos utiliza una perspectiva local para abordar su objetivo. Madrid se convierte en un laboratorio y un observatorio de primer orden para estudiar la construcción del régimen alumbrado en 1820. Lugar donde se encuentran sitas las instituciones liberales de ámbito nacional, las Cortes y el Gobierno, supone un espacio privilegiado desde el que llevar a cabo la tarea pues, y pese a que generalmente la revolución se impulsase desde la periferia, desde las provincias, la capital reunía además de las sedes principales de gobierno, algunos de los núcleos más poderosos de las nacientes Sociedades Secretas que impulsaron (o frenaron) desde abajo el proceso revolucionario.

El libro está dividido en cuatro capítulos, referentes a los cuatro gobiernos que desfilaron por la capital durante el Trienio. En el primer capítulo se dan cuenta de los significados que la palabra exaltado tenía tanto en España como en Francia para averiguar las connotaciones políticas que tuvo en ambos países. Además, se analizan los motivos de ruptura dentro de la familia liberal. Esta primera ruptura se encuentra, según Bustos, en dos lugares. Primero, la figura de Rafael de Riego. Riego, se convirtió en héroe popular del levantamiento, un símbolo puro de la revolución, lo cual le llevaría a recibir el desprecio de los moderados. De esta forma, pasaría a identificarse con la corriente radical del liberalismo, tras el rechazo que sufrió por las máximas autoridades del Estado. Sin embargo, la ruptura definitiva ocurriría hacía octubre del año 20, aunque Bustos rastrea unos primeros indicios ya en julio. Es entonces cuando se presentan sendas leyes para restringir la libertad de imprenta y las sociedades patrióticas, dos pilares indiscutibles de la revolución para los exaltados, ya que venían a dibujar una ciudadanía activa y vigilante. Un modelo de ciudadanía que chocaba con el que se estaba construyendo desde el moderantismo, más orientado hacia la nación de propietarios que defendería el liberalismo posrevolucionario a partir de los años 30.

En el segundo capítulo se profundizan en los elementos de radicalización de los exaltados, y por tanto en la brecha que se abrió dentro del liberalismo. El primer elemento que ayudó a la radicalización del enfrentamiento fue el traslado hacia fuera del congreso de las distensiones políticas en la figura de las Sociedades Secretas. Surgieron dos principalmente, la Sociedad de los Comuneros, de cariz exaltada, y la Sociedad del Anillo, de inclinación moderada. La comunería se convertirá en el destino de los liberales decepcionados con la experiencia liberal, y los comuneros del siglo XVI, mitificados por los exaltados, devendrían en símbolo de lucha contra las arbitrariedades del gobierno. En efecto, el segundo elemento que socavó la unidad liberal vino desde dentro de los gobiernos del Trienio. La valoración que de estas arbitrariedades se hizo desde el liberalismo exaltado a comienzos del año 22 fue que los gobiernos primero y segundo del Trienio se habían dedicado a reducir libertades civiles como la de petición o imprenta, así como a impulsar una serie de medidas para perseguir a los liberales más radicales. La ruptura era ya irreversible. Por último, se valora la importancia de la revolución española, tanto como modelo como lugar de refugio, para liberales de otros espacios europeos. Especialmente relevante este apartado para (re)colocar el Trienio Liberal en el ámbito internacional, así como para apuntar una ruptura importante dentro del liberalismo exaltado: las dispares muestras de afecto que mostraron hacia las revoluciones europeas, desde aquellos que las celebraban por su tono liberal pero no se solidarizaron con ellas, y aquellos que, al buscar impulsar la revolución en toda Europa, conspiraron con los liberales exiliados en España para lograrlo.

El centro del tercer capítulo lo ocupa el inicio de los movimientos contrarrevolucionarios del año 22 que desembocaron en el fallido golpe del 7 de julio de 1822. Un punto importante se encuentra en la valoración que realizaron los exaltados del tercer gobierno es la actitud que tuvo ante la reacción absolutista. Señalaron que se estaba invirtiendo más energía en perseguir a los liberales radicales, a “verdaderos patriotas”, que a los contrarrevolucionarios, que ya habían realizado intentonas de golpes de estado en Valencia, Córdoba, Sigüenza, Aranjuez y Orihuela a lo largo del año 22. El golpe en Madrid fue el clímax de este estado de agitación en el que se encontraba España, y entre sus consecuencias, Bustos señala el peligroso juego diplomático al que jugó Fernando VII, engañando al embajador francés para tratar de forzar una intervención militar francesa en España. Bustos afirma, sin dejar lugar a dudas, que Fernando VII conspiraba como el que más para acabar con la experiencia liberal, estando dispuesto a meter a España en una guerra con Francia si era preciso.

El cuarto y último capítulo pasa a analizar el cuarto y último gobierno del Trienio, el de San Miguel, además del primero con exaltados en él. Sin embargo, antes de asumir la cartera de Estado, San Miguel había sido el fiscal de la causa del 7 de julio y, como analiza Bustos, desde el ala más radical del liberalismo exaltado se dudó de su exaltación, y se le acusó de desviar la atención a los ejecutores del levantamiento, obviando a los instigadores y organizadores, entre los que figuraban el rey y otros miembros de la familia real. Esto, junto con otras razones, desvela una brecha importante dentro del liberalismo exaltado, entre aquellos que buscaban un simple juicio por sedición a los perpetradores, y otros que buscaban implicar a la corona y acabar definitivamente con los contrarrevolucionarios realistas. Por último, se analiza la intervención francesa de 1823, emanada del Congreso de Verona, la cual permite apuntar a las debilidades internas del régimen, la falta de cohesión interna, así como de apoyos populares. Aunque muchos lo esperaban, en 1823 no iban a repetirse las imágenes del 2 de mayo de 1808.

En definitiva, nos encontramos ante un libro importante, no sólo por su objeto de estudio, el liberalismo exaltado, que adolecía de un monográfico a la altura, sino por la complejidad que aporta al debate sobre las culturas políticas radicales de comienzos del siglo XIX. Al constatarse y analizarse estos grupos políticos dentro de la familia exaltada, que defienden intereses antagónicos en muchas ocasiones, Sophie Bustos profundiza en la comprensión del liberalismo exaltado en todas sus facetas, desde lo político hasta lo cultural. Así, y a modo de conclusión general, La nación no es patrimonio de nadie vierte una mirada nueva al complejo proceso político que fue el Trienio Liberal; desde la óptica exaltada y desde lo local, la revolución se impulsa desde abajo y desde fuera del Congreso tanto como desde la tribuna del hemiciclo.

Nacho Cavero Garcés

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