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Marta García Cabrera | Bajo las zarpas del león. La persuasión británica en España durante las guerras mundiales | 2022

Afirmaba el filósofo Jacques Ellul que el eje central de la moderna sociedad tecnológica se encuentra en el pensamiento técnico, entendida la técnica en sentido amplio como la necesaria búsqueda de la máxima eficiencia en todos los campos. De este modo, no existe actividad humana libre del imperativo técnico, «desde la acción de afeitarse hasta la organización del desembarco de Normandía y la cremación de millares de deportados». Tampoco uno de los fenómenos que más atrajo la atención de Ellul, la propaganda moderna. A su juicio, ya no era posible definir esta herramienta en clave decimonónica, meramente como el procedimiento de lograr un deliberado cambio de parecer o generar una firme adhesión a una verdad dada. Antes bien, la propaganda busca despertar ciertas creencias latentes en las masas para dirigir su movilización; su objetivo radica, más claramente, en precipitar la acción.

Ningún contexto histórico precedente había tenido la capacidad de sistematización de la propaganda como las dos grandes conflagraciones del siglo XX. Las necesidades bélicas de la guerra total no podían prescindir de un instrumento indispensable en tantos escenarios: desde los frentes a las retaguardias y desde los países beligerantes a las naciones neutrales. Las potencias enfrentadas «diseñaron importantes campañas militares, políticas, económicas y propagandísticas, en las que se recurrió a la estrategia, el espionaje, la información y la diplomacia como destacadas armas de guerra». Fue esta propaganda, que por vez primera «era desplegada de forma racionalizada, estatalizada y globalizada», la que Gran Bretaña hubo de emplear en España, cuya posición geoestratégica y potencial económico-comercial situaron al país como una variable fundamental en ambos conflictos. Entre sus objetivos más destacados se encontraban la colaboración económica, la anulación de la influencia enemiga y el mantenimiento de la condición de neutralidad, buscando para ello la explotación de las pugnas ideológicas internas y el posicionamiento favorable de las instituciones y la población.

Es conocido el amplio debate intelectual que dividió a la sociedad española en aliadófilos y germanófilos durante la Gran Guerra. Se trataba de un enfrentamiento vehiculado tanto por tendencias ideológicas como posturas de mero oportunismo, donde en última instancia se ponía en cuestión el estatus de neutralidad de España en el conflicto. En este contexto, una Gran Bretaña bisoña y escéptica respecto al arma propagandística se vio obligada a realizar una campaña contraofensiva ante el crecimiento de la influencia alemana en el país. Fueron los consulados los que dieron el primer impulso al esfuerzo persuasorio británico hasta la centralización de sus actuaciones bajo la dirección de John Walter. Los instrumentos propagandísticos anticiparían muchos de los elementos que se emplearían durante el siguiente conflicto, como el material fotográfico o las imágenes en movimiento. Así, se buscaba mostrar a la sociedad española las atrocidades, reales o no, cometidas por el enemigo, así como la posición de Gran Bretaña como potencia defensora de las pequeñas naciones y del derecho internacional, y de este modo dirigir la política española hacia una neutralidad alejada de toda influencia germana.

En muy diferente coyuntura se encontraba España en los albores de la Segunda Guerra Mundial, con un brutal conflicto civil de treinta y tres meses recién finalizado del que se derivaba una deuda material y moral con las potencias fascistas que formarían el núcleo de las potencias del Eje. En este sentido, la natural inclinación del Nuevo Estado franquista hacia Alemania se tradujo en la censura de la prensa y un férreo control sobre la propaganda bélica. Ello no impidió que Gran Bretaña pusiera todos sus esfuerzos en mantener sus intereses en España a través de un vasto despliegue de su aparato propagandístico. En su obra, García Cabrera se adentra en las complejidades de las campañas británicas en la Península Ibérica y Marruecos, compuestas por varias fases y en las que se entrecruzaron las actividades del Ministerio de Información y de la embajada de Samuel Hoare con las actuaciones de otros organismos como el Special Operations Executive (SOE) o el Political Warfare Executive (PWE).

Las actividades del agregado de prensa Thomas Burns, supervisor general de la propaganda británica en España –y padre del ensayista Tom Burns Marañón–, lograron un gran efecto para la causa aliada mediante instrumentos que iban desde los ejemplares impresos y las emisiones radiofónicas a la extensión de falsas historias por medio de rumores. Por esta razón, la embajada alemana hubo de reforzar su campaña a través del Gran Plan (Große Plan), un proyecto pergeñado por Eberhard von Stohrer y Hans Lazar para intensificar los esfuerzos propagandísticos del Eje y torpedear las actividades aliadas. Entre los medios predilectos empleados se encontraban materiales en español, difícilmente diferenciables de los escritos falangistas. Pese a todo, los campos de batalla, siempre portadores de la última palabra, inclinaron la balanza del lado de los aliados, cuya propaganda comenzaría a dirigirse desde 1943 a preparar la próxima posguerra.

El libro de Marta García Cabrera, resultado de una investigación doctoral firmemente fundamentada, constituye un estudio que realiza importantes aportaciones a las relaciones entre neutralidad y propaganda. Un trabajo ciertamente ambicioso, dado el objetivo de analizar las similitudes, diferencias, continuidades y particularidades de la propaganda británica en España en contextos desiguales como lo fueron las dos guerras mundiales. Desde la marcada inexperiencia y la descoordinación durante los primeros años de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña supo adaptar y desarrollar sus mecanismos propagandísticos de cara al desafío que supondría la neutralidad española durante la gran conflagración que daría comienzo en 1939. Ello enlazaría con otros elementos que el Foreign Office emplearía en la Península a tal efecto: la presión diplomática y comercial, las actividades de inteligencia o las operaciones de subversión política.

Gustavo García de Jalón Hierro
Universidad Complutense de Madrid

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