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Julen Berrueta | Un amigo en el infierno. La odisea de un grupo de republicanos por la Europa de los totalitarismos | 2023

En su obra Revolución. Una historia intelectual, el historiador italiano Enzo Traverso reivindica las revoluciones como momentos cruciales del cambio histórico. Para ello, se sirve de una constelación de «imágenes dialécticas» que condensan las teorías políticas y las emociones colectivas de los procesos revolucionarios de los siglos XIX y XX. La primera de estas representaciones es el ferrocarril, que no sólo transformó el imaginario revolucionario decimonónico, sino que constituyó un elemento fundamental de las revoluciones soviética y mexicana. Tanto el vagón sellado de Lenin como el tren blindado de Trotsky, al igual que el coche de los armisticios de Compiègne, representan símbolos imborrables del último siglo, en el que las revoluciones interpretadas por Marx como «locomotoras de la historia» fueron redefinidas por Walter Benjamin al afirmar que más bien serían «el gesto por el que el género humano que viaja en ese tren echa mano del freno de emergencia».

Las redes ferroviarias que atravesaban el viejo continente orientaron la odisea de un grupo de treinta y cinco españoles republicanos cuya historia rescata Julen Berrueta en Un amigo en el infierno. Exiliados en Francia, la conquista alemana los llevaría al corazón del Tercer Reich, para finalmente recabar en el báratro ruso, desde Moscú al campo de concentración de Oranki. Fue allí donde su itinerario por la «Europa de los totalitarismos» unió su destino con el de otros prisioneros españoles, integrantes de la División Española de Voluntarios que había marchado a luchar frente a la Unión Soviética. Durante ocho largos años los republicanos internados en el Gulag convivieron con combatientes del bando vencedor de la Guerra Civil, formándose un vínculo entre ambos grupos, aliados en la causa común de la supervivencia. Los prisioneros divisionarios, más experimentados en la vida concentracionaria, llegaron a aconsejar a los republicanos que declararan una huelga de hambre como forma de protesta.

Su historia encuentra su punto central en la caída de Tercer Reich. En mayo de 1945, los soviéticos se encontraban a las puertas de Berlín y el gobierno español retiró a su cuerpo diplomático de la ciudad. Los exiliados republicanos, que formaban parte de los Grupos de Trabajadores Extranjeros como engranajes de la economía nacionalsocialista, aprovecharon el desconcierto reinante para asaltar la flamante embajada franquista de la Lichtensteinallee. Allí izaron la bandera tricolor junto a la bandera roja, entraron en contacto con los soviéticos y procedieron a organizar los expedientes de los trabajadores españoles enviados a Alemania. Sin embargo, su gozo resultó efímero al ser asaltado el complejo por los soldados del Ejército Rojo. Hombres, mujeres y niños presentes en el edificio fueron arrestados y deportados a Rusia, de la que no regresarían hasta el momento de «la muerte que reanudó el mundo». El fallecimiento de Joseph Stalin, del que se cumple su septuagésimo aniversario, tuvo como consecuencia su regreso a tierras españolas. Esta vez, a bordo de un barco, el buque griego Semíramis fletado por la Cruz Roja.

El libro de Julen Berrueta es fruto de años de investigación sobre el sistema represivo soviético. Como continuador de los estudios de Secundino Serrano y Luiza Iordache, su primum opus es una profundización en el conocimiento histórico sobre la presencia española en el Gulag, cifrada entre los trescientos setenta y los cuatrocientos cincuenta individuos distribuidos en, al menos, veinte recintos en Rusia, Ucrania y Kazajistán. La cantidad de muertos varía en función de las fuentes, oscilando entre el 31% de los prisioneros en la documentación española y el 15% en el caso de la soviética. Berrueta destaca, además, las diferencias entre los sistemas concentracionarios alemán y soviético, ya que los campos del régimen de Stalin se dirigían a la «reeducación» de los presos y su complejidad era mayor. En línea con los estudios de Anne Applebaum, la obra sumerge al lector en un particular submundo «con sus leyes, costumbres, jergas» que dejó una huella imborrable «en todos los que estuvieron allí, como prisioneros o como guardias».

No obstante, el lector de Un amigo en el infierno hallará en la obra un doble acercamiento a la cuestión, ya que el autor transmite los resultados de sus investigaciones mediante la narración histórica. Ello ofrece un enfoque alternativo, pues canaliza el conocimiento histórico a través de una alta divulgación ficcionada, complementado por un epílogo en el que plasma su estudio y la diversa documentación empleada. Desde los impresos albergados en el Archivo General de la Administración (AGA) o la Dirección General del Acervo Histórico Diplomático (DGAHD) hasta los archivos militares, las exhaustivas indagaciones de Berrueta marcan un camino en el que, no obstante, queda mucho por recorrer. Sus contactos con algunos descendientes de aquellos prisioneros españoles del Gulag aportan una información vital y son el comienzo de un proceso para la reconstrucción de su historia y el fin de su olvido.

Gustavo García de Jalón Hierro

 

Leer la entrevista con Julen Berrueta

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