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José Antonio Pérez Pérez (coord.) | Historia y memoria del terrorismo en el País Vasco (1995-2011) | 2022

Con la publicación de este tercer tomo se pone fin a la trilogía “Historia y memoria del terrorismo en el País Vasco” que se centra en los últimos años del terrorismo en España. La cronología de este tercer volumen arranca en el año 1995, cuando ETA y su entorno aprobaron la denominada ponencia “Oldartzen” (Atacando, en su traducción castellana) que significaba considerar como “objetivos” a todos aquellos que formasen parte de sectores opuestos a ETA, en especial los miembros y dirigentes del PSOE y del PP en el País Vasco. La aprobación de la nueva estrategia supuso también la supeditación de la izquierda abertzale a ETA para lograr por las armas sus objetivos políticos, despreciando la voluntad de los ciudadanos y marcando los mayores niveles de totalitarismo de la organización terrorista y sus seguidores.

A lo largo del periodo al que nos referimos se produjeron algunos de los atentados más destacados de ETA, empezando por el asesinato del concejal del Partido Popular Gregorio Ordóñez. Pese a que el asesinado de políticos no era nuevo en la estrategia de ETA (en años precedentes habían sido asesinados políticos del UCD y del PSOE) el asesinato de Ordóñez marcó un nuevo camino en el que fueron asesinados el dirigente del PSOE Fernando Múgica (febrero de 1996); el catedrático Francisco Tomás y Valiente (febrero de 1996), concejales del PP y del PSOE e incluso el vice lehendakari Fernando Buesa (febrero de 2000). Los niveles de barbarie de ETA llegaron a su culmen con el secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara el 17 de enero de 1996. Los funcionarios de prisiones también habían sido señalados por la organización terrorista (que ya había asesinado a dos de ellos y a la madre de un funcionario cuando le explotó un paquete bomba dirigido a éste). El largo secuestro de Ortega Lara (532 días) fue el preámbulo del crimen más atroz de la banda terrorista: el secuestro y asesinato del concejal del Partido Popular de Ermua Miguel Ángel Blanco en julio de 1997 y que ya había sido advertido por el dirigente de la Mesa Nacional de Herri Batasuna Floren Aoiz cuándo, tras la liberación de Ortega Lara, advirtió que “después de la borrachera viene la resaca”.

El asesinato de Miguel Ángel dio origen a la mayor respuesta ciudadana contra ETA. Es cierto que se habían producido movimientos de repulsa contra la organización terrorista desde mucho tiempo atrás pero la reacción al secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco tuvo un efecto más importante. El nacionalismo –en todas sus vertientes- lo percibió como una seria amenaza que trató de conjurar con el llamado “Pacto de Estella” de septiembre de 1998 entre las formaciones nacionalistas, seguido de una tregua de ETA. Esta política de acoso a los representantes de los partidos no nacionalistas es estudiado en este tomo por Javier Gómez Calvo que analiza los asesinatos de  los concejales del Partido Popular José Luis Caso o Manuel Zamarreño. En el caso de Zamarreño incluso se llegó a orquestar una campaña de difamación en su contra antes de ser finalmente asesinado en junio de 1998. Meses antes había sido asesinado el concejal popular de Zarauz José Ignacio Iruretagoyena. ETA intentó posteriormente, en un homenaje al edil asesinado, acabar con la cúpula del Partido Popular en el País Vasco pero la bomba colocada en el cementerio no hizo explosión.

El 28 de noviembre de 1999 ETA anunció la ruptura de la tregua que había decretado a raíz de la firma del Pacto de Estella y reemprendió su carrera asesina el 21 de enero de 2000 en Madrid. La primera víctima fue el teniente coronel Pedro Antonio Blanco García y reemprendió sus atentados esta vez con miembros del PSOE como objetivo. Así fueron asesinados Fernando Buesa (febrero de 2000), José Luis López de la Calle (mayo de 2000), Froilán Elespe (marzo de 2001), Juan Priede (marzo de 2002), Juan María Jáuregui (julio de 2002), y Joseba Pagazaurtundua, impulsor de la plataforma “Basta Ya” en  febrero de 2003. En este periodo también fueron asesinados concejales del Partido Popular como José María Pedrosa en Durango o Manuel Indiano en Zumárraga. Además de esta intensa ofensiva contra los políticos ETA siguió teniendo como objetivo a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, aspecto al que se dedican tres capítulos redactados por Arturo Cajal.

Dejando a un lado la violencia física ejercida por la banda terrorista creo que uno de los aspectos relevantes de este trabajo es que presta atención a otras formas de violencia ejercida en el País Vasco. Hay dos casos que debemos destacar que quizás, por ser menos dolorosos, han pasado más desapercibidos. Me refiero a la extorsión económica –practicada por ETA desde sus orígenes- y que es ampliamente estudiada por Erik Zubiaga y lo que se llamó “terrorismo de baja intensidad” o “kale borroka” que adoptó numerosas formas –no solo en la destrucción material- sino en el acoso a aquellos que se posicionaban en contra de ETA y a los que en la ponencia “Oldartzen” se señalaba expresamente. Este proceso de acoso, amenazas y presiones es tratado por Irene Moreno Bibiloni en capítulo que considero de gran interés.

La obra culmina, como no podía ser de otra manera, con el fin del terrorismo de ETA, Este final, analizado por Iñaki Fernández, ocupa dos capítulos. El primero de ellos se centra en las sucesivas negociaciones con ETA, desde las más remotas –en 1976- pasando por las más destacadas, llevadas a cabo en Argel en 1986, y que se prolongaron hasta 1989, hasta las que llevaron al cese definitivo de la violencia en 2011. Por medio se produjo la muerte accidental de Txomin Iturbe Abásolo, máximo dirigente de ETA, y el atentado de Hipercor dentro de la línea de la banda terrorista de llevar a cabo atentados indiscriminados para forzar la negociación con el Estado.

Especialmente relevante me parece el capítulo final, donde se pone de manifiesto con fue necesario que el brazo político de la izquierda abertzale se impusiera a la banda terrorista, que había condicionado de manera absoluta los designios políticos de sus organizaciones afines. Quizás se podría traer a colación una frase de la película “Maixabel”. Uno de los condenados por el asesinado de Juan María Jaúregui, encarnado por el actor Luis Tosar, cuando le preguntan por su cambio de actitud indica que ésta se produjo cuando se dio cuenta que habían estado dirigidos por unos mediocres. Es posiblemente el mejor colofón que se puede poner a décadas de violencia y sinrazón para culminar en una derrota en todos los ámbitos: policial, social, económico y con el rechazo absoluto de la inmensa mayoría de la sociedad.

Es evidente que queda camino por recorrer. Hay quienes –en un sector u otro- se niegan a reconocer que ETA despareció en  mayo de 2018. Hay que continuar elaborando el relato, en el que nunca se podrán equiparar –como se ha pretendido últimamente en algunos ayuntamientos vizcaínos- equiparar a víctimas con victimarios y, sobre todo, hay que tratar de aclarar todos aquellos crímenes cometidos por ETA, desde los más lejanos en el tiempo (como por ejemplo la desaparición del dirigente de ETA Eduardo Moreno Bergareche “Pertur” o el asesinato de los tres jóvenes gallegos (que fue magníficamente tratada en “Una tumba en el aire” de Adolfo García Ortega) u otros atentados más recientes. Esta obra, que está llamada a ser la obra de referencia en lo que se refiere a la violencia terrorista en el País Vasco, es un ejemplo del camino a desarrollar y en el que las víctimas siempre deber ocupar el lugar central en el recuerdo.

Pedro Barruso Barés

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