Nada es más cruel que asesinar seres humanos, pero si hay imágenes que ilustran con fuerza sobre la negrura de la violencia política son las relacionadas con los ataques a la cultura. La quema de libros por los nazis en Berlín o el bombardeo de la biblioteca de Sarajevo han quedado en la retina como imágenes icónicas de la barbarie. Ambos episodios se enmarcaron en procesos terribles (el nazismo en el poder, las guerras yugoslavas de los años 90), y constituyeron algunas de las múltiples infamias cometidas por actores que desplegaron un arsenal criminal de dimensiones estremecedoras. El recorrido que Allí donde se queman libros plantea hace referencia a ataques contra la cultura en un marco temporal situado desde 1962 a 2018 en España. Si en la primera parte del periodo el protagonismo de esta violencia lo acapara la extrema derecha, en las últimas décadas la práctica desaparición del terrorismo ultraderechista cede la primacía a la violencia de ETA y su entorno, activa hasta 2011.
El grueso de los atentados contra la cultura en los años del tardofranquismo y la transición se produjeron mediante ataques a librerías. Las causas están perfectamente explicadas en este libro: las librerías se convirtieron en refugio de la oposición antifranquista, en tanto que espacios susceptibles de albergar tantos libros que conseguían burlar la censura como encuentros de resistentes que encontraban en estos establecimientos un lugar para reunirse, organizarse, o simplemente charlar. Las librerías eran blanco fácil para la furia bibliófoba: por un lado, son espacios públicos, de perfiles evidentes y connotaciones ideológicas inequívocas; el tipo de atentados, muchas veces consistentes en el lanzamiento de artefactos caseros o en la rotura de lunas y escaparates, era sencillo de ejecutar, no requiriendo demasiada organización ni planificación previa. La fijación de los activistas de extrema derecha -con la complicidad, cuando no la colaboración activa, de miembros de los cuerpos policiales- con las librerías respondía a la manera de hacer política de estos grupos; desde el inicio de la transición, efectivamente, se hizo evidente su escasa implantación social, pero no por ello decidieron abandonar su acción encaminada a impedir el final de la dictadura. Los autores no identifican claramente organizaciones como responsables de los atentados; se trataría más bien de un terrorismo que respondía a acciones apenas planificadas, obra de grupos poco estructurados y que casi siempre se acogían a siglas de conveniencia, como los GCR (Guerrilleros de Cristo Rey). Este terrorismo de extrema derecha responde a las estrategias que los defensores de la dictadura desplegaron durante aquellos años, y el libro lo enmarca de forma precisa: se trataba de amedrentar a los militantes y la gente activa (en este caso libreros y allegados) de izquierdas para limitar su capacidad de actuación en el espacio público. El objetivo igualmente era obstaculizar en la medida de lo posible la evolución hacia la democracia. Por ello, junto a factores más ocasionales, la evolución numérica de los ataques al mundo del libro sigue los avatares de los años convulsos de la transición. Emergen con fuerza en los últimos años del franquismo, alcanzan su máxima expresión numérica entre 1975 y 1978 y a partir de ahí experimentan un notable descenso hasta su práctica desaparición; reflejan, en definitiva, las expectativas de los grupos involucionistas: primero alientan esperanzas de detener el proceso democrático y esbozan una especie de estrategia de la tensión en versión reducida, que llevó a una escalada en el uso de la violencia. Dado que el proceso de democratización avanza hasta desembocar en el referéndum constitucional de diciembre de 1978, y ante la constatación de que un terrorismo “de baja intensidad” como el representado por los ataques a librerías palidece ante la envergadura del terrorismo de ETA o incluso de los GRAPO, la extrema derecha impulsa un salto cualitativo que implica la realización de atentados mortales, considerablemente incrementados entre 1978 y 1980. Posteriormente, ante el fracaso de las acciones terroristas y comprobada la ínfima penetración electoral, dejaría la consecución de sus objetivos en manos del ejército. Una vez fracasada la intentona de Tejero en febrero del 81, la extrema derecha prácticamente desaparece, tanto en su versión legal como en la violenta.
El otro gran responsable del acoso a las librerías y al mundo de la cultura proviene también del nacionalismo radical, pero en este caso del vasco. Reducida a una mínima expresión la contribución de la extrema izquierda a este tipo de terrorismo, ETA se cebó con algunas librerías seleccionadas por su firme decisión de no ceder al chantaje. Fernández Soldevilla y López Pérez detallan el calvario sufrido por la Librería Lagun, de San Sebastián; atacada por la extrema derecha en las postrimerías del franquismo, pasó a ser objeto de otro terrorismo nacionalista, que atacó a unos libreros de izquierda con particular saña. No siempre los extremos se parecen, pero en este caso resulta difícil no identificar las dos caras del nacionalismo; con las mismas prácticas y los mismos objetivos, por más que cambien el color de las banderas y la patria de referencia. Menos conocida, pero no por ello menos heroica, es la odisea de los dueños de Minicost, librería de Andoáin, igualmente sometida a un acoso prolongado y cruel. Mientras Lagun recibió, bien es verdad que, tras largos años de acoso, un apoyo ciudadano que seguramente fue clave para su supervivencia, Minicost se vio obligada al cierre; en una localidad como Andoáin, plantar cara al terror era mucho más caro.
En definitiva, estamos ante una obra que viene a alumbrar un aspecto conocido en cuanto a sus líneas generales, pero escasamente abordado en los estudios académicos. Opacado por la mayor envergadura, desde todos los puntos de vista, del terrorismo que apuntó a la eliminación de vidas humanas como práctica fundamental (con ETA como principal, aunque no único, protagonista) jugó sin embargo un papel importante en la controvertida en los últimos tiempos transición democrática. Y, sobre todo, Fernández Soldevilla y López Pérez vienen a otorgar un merecido reconocimiento a las víctimas, a esos libreros y personas del mundo de la cultura que sufrieron la violencia política de quienes se negaban a vivir en un país de ciudadanos con plenos derechos y libertades reconocidas.
El libro cuenta con un nutrido apartado de notas que reflejan la diversidad de fuentes utilizadas, y una amplia bibliografía, que repasa no tanto la literatura específica sobre el tema abordado, muy escasa, como las temáticas vinculadas a la extrema derecha, a otros terrorismos, fundamentalmente el de ETA, y a la transición española, esta sí abundantemente documentada.
Francisco Javier Merino Pacheco