Los estudios que relacionan propaganda, memoria, rituales conmemorativos y monumentalismo en la primera etapa de la dictadura franquista cuentan ya con cierta tradición, desde planteamientos propios de la Historia en general (como los trabajos de Gustavo Alares) o de la Historia del Arte en particular (como los de Pilar García Cuetos, Esther Almarcha entre otros). La mezcla de ambas perspectivas, con la inserción o contextualización histórica de las prácticas rituales y los procedimientos constructivo-arquitectónicos, resulta inexcusable o, cuando menos, enriquecedora.
Precisamente en esa encrucijada entre la Historia de las expresiones artísticas y la Historia política se sitúa, por formación y experiencia de su autor, el texto de Jorge Bogaerts, que añade el ingrediente de su vocación literaria, detectable en la factura formal de este y otros trabajos de los que es responsable. Y quizás lo más original sea, en este caso, el tema abordado, que se centra en esa “arquitectura efímera” o escenografía de cartón-piedra que servía de marco a las celebraciones del primer franquismo, tanto las de carácter propiamente histórico como político-cultural.
El hilo conductor del relato es la historia del ascenso y caída de un arribista (o superviviente), arquitecto posteriormente de obras más perdurables en su Asturias natal, y artífice durante estos difíciles años del montaje de festejos y celebraciones generadores de esta escenografía peculiar. El libro reconstruye laboriosamente lo que los documentos permiten de la trayectoria del citado “arquitecto jefe de propaganda”, José Gómez del Collado, desde la Guerra Civil, no exenta de oscuridades en lo que atañe a sus posiciones como quintacolumnista durante la contienda, hasta los primeros años cuarenta, incluyendo las razones de su promoción y relaciones privilegiadas posteriores. Aparece luego, en el centro del análisis, su papel en Regiones Devastadas y sobre todo su colaboración en la Vicesecretaría de Educación Popular en los primeros años, los de hegemonía falangista entre las “familias” del régimen, y en la Subsecretaría de Educación Popular desde 1945, con el predominio de los católico-franquistas. Concluye el relato con su confuso proceso por corrupción, que pone fin a su privilegiada situación política.
A lo largo del texto se van repasando minuciosamente las distintas actuaciones del arquitecto, siempre bien contextualizadas en su momento histórico y entreveradas de consideraciones sobre las relaciones cotidianas, la intrahistoria y las dinámicas de funcionamiento de las estructuras de propaganda del régimen. Todo ello contado en tono literario sencillo y con agilidad narrativa digna de agradecer.
Por mencionar solo algunas de sus primeras obras y tareas, destacaría las numerosas conmemoraciones de 1943, incluida, por su aparatosidad, la celebración en Burgos del milenario de Castilla (que Gustavo Alares ha analizado con gran riqueza de matices) o la conmemoración del Día de la Raza en la Ciudad Universitaria madrileña. En 1944 nos encontramos con un Gómez Collado polivalente, capaz de diseñar tanto las modestas casetas de la Feria del Libro de Madrid como el ostentoso escenario donde se celebró el aniversario de la consagración del Cerro de los Ángeles al Corazón de Jesús; por no olvidar la delirante Exposición Anticomunista que finalmente se quedó en proyecto, con forma piramidal y escalinatas de 20 metros de altura coronadas, en el centro, por una grotesca figura de 8 metros de altura que representaba al comunismo adueñándose del mundo.
En estas y otras conmemoraciones, exposiciones o montajes dinámicos, como bien relata Bogaerts con no infrecuente uso del humor y su habitual curiosidad por el detalle, Gómez Collado practicaba el inestimable ejercicio del reciclado de materiales, que aparecen una y otra vez con funciones y disposiciones distintas, como elementos y piezas ornamentales que la situación económica de aquel tiempo hacia aconsejable reutilizar. Y, como sucede en las celebraciones, el protocolo y el programa de los actos presididos por autoridades (incluido el mismo Caudillo) o aliñado con figurantes más o menos numerosos (lo cual obligaba también a diseñar su indumentaria) formaba parte de unas muestras de propaganda tan pretendidamente solemnes como definitivamente carnavalescas.
El arquitecto asturiano siguió desempeñando este papel hasta 1948, gozando incluso del privilegio de organizar las distintas actividades del viaje por España de Eva Perón, la carismática vicepresidenta argentina, en junio de 1947. Privilegio que terminó convirtiéndose en pesadilla, en momentos en los que itinerarios, espectáculos, comidas y demás aspectos de la visita se vieron sometidos a la peculiar indisciplina del personaje objeto de agasajo, o con los problemas ocasionados por el hermanísimo de la dama, que -como señala Bogaerts- gozaba de “una bien ganada fama de crápula”; por no hablar de los cuantiosos y descontrolados gastos generados. Las páginas dedicadas a la crónica de esta visita, en las que el autor del libro no ahorra ni espacio ni detalles, constituyen una de las partes más amenas del mismo, que el lector disfruta y agradece.
Como ya se ha señalado, la historia acaba con el tortuoso episodio de la detención y procesamiento del arquitecto por malversación de fondos públicos, que se analiza con todo el detalle que permite una buena utilización de la documentación sumarial conservada en el Archivo General de la Administración. Proceso que se cierra con el sobreseimiento judicial y la exoneración del personaje, pero que le conduce a una nueva etapa en su vida profesional, que ya no se cuenta en este libro, y en la que el arquitecto se dedicará a mostrar sus aptitudes en obras constructivas más perdurables y propias de su profesión. Y no me atrevo a decir que más útiles, porque sería negar el papel de la propaganda basada en la “arquitectura efímera” de este primer franquismo, pródigo en ceremoniales barrocos y en reconstrucciones de cartón-piedra de estética a caballo entre el historicismo cutre del cine imperial y un ceremonial y movimiento de personas auténticamente berlanguiano.
Bogaerts “concluye” sin conclusiones, porque se lo permite -afirma- la libertad de no presentar un trabajo “estrictamente académico”. Lo cual no lo hace menos útil para reconstruir los mecanismos de la propaganda de la primera década de la dictadura o diseccionar el ecosistema en el que pululaba la fauna de trepadores, oportunistas, buscavidas o supervivientes que se movían en el entorno de la intrahistoria del régimen, rindiendo pleitesía o allanando el camino a los que tomaban las decisiones y recibiendo a cambio algunas de las migajas de la victoria. Es de agradecer que alguien como Jorge Bogaerts, que combina visión histórica (y un correcto apoyo bibliográfico) con conocimientos profesionales referentes a la historia de las expresiones artísticas, nos reconstruya este retazo de la España de los años cuarenta, ilustrativo y divertido -si se ve con los ojos del presente- al mismo tiempo. Que luego el personaje retratado haya desarrollado una labor artística de mayor enjundia -y materialmente más perdurable- es otra historia que ya no cabía -o tal vez no encajaba- en las cerca de trescientas páginas de este libro.
Francisco Erice
Universidad de Oviedo