En 1973, el periodista libertario Eduardo de Guzmán publicaba en la mítica editorial Tebas un libro con el título 1930. Historia política de un año decisivo. En él, el entonces periodista del diario La Tierra discurre la importancia que tuvo desde su prisma el año 1930, como base para el cambio político que se iba a producir en España en abril de 1931. No deja de ser un documento de primera mano, habida cuenta que Guzmán fue uno de los protagonistas de aquellos años.
Con el paso de los años, la historia que media en 1930 y el decisivo primer tercio de 1931 ha estado sometida, como muchos otros aspectos de la historia de España, a un revisionismo que ha tratado de afirmar que la proclamación de la República fue un acto de fuerza contraviniendo los resultados electorales del 12 de abril, que daban la victoria a los monárquicos. De esa manera se estimaba, que la base de la proclamación de la República no era democrática sino producto de la imposición y la fuerza. Y esta tendencia no solo se ofrece para la coyuntura de 1930-1931. El revisionismo histórico ha sometido a este ejercicio procesos como el Sexenio Democrático y la Primera República (aprovechando el 150 aniversario) y lo lleva haciendo durante lustros con el origen de la Guerra Civil. Una ola que se da también en Europa, donde plantean que la Revolución rusa fue un acontecimiento que corto la democratización del zarismo o que el Marcelo Caetano en Portugal avanzaba hacía un régimen de libertades cuando se topó de bruces con la Revolución de Claveles que lo cortó todo.
Pero todas estas cuestiones quedan fuera de lugar cuando aparecen trabajos sólidos que dejan sin argumentos con investigaciones profundas los acontecimientos en cuestión. Es verdad que en la ciencia histórica no hay obras definitivas, pero la que nos presenta el profesor Francisco Sánchez Pérez sí que la podemos considerar como una piedra angular para entender un periodo aún bajo el prisma de los lugares comunes.
El Germinal español. Las elecciones que trajeron la República es una disección desde distintos aspectos de unos meses que precipitaron un movimiento modernizador y democratizador que se fraguaba en España desde el siglo XIX. Y lo hace con unos argumentos irrebatibles, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo.
Uno de los ejes nodales de la obra es contraponer la modernización de las ciudades a un campo atrasado. Pero Sánchez Pérez no hace este ejercicio para incidir en el secular atraso agrario en España (que también) sino que la fisionomía y actividad de las ciudades, sus cambios demográficos y sus movimientos políticos, sociales y culturales posibilitaron una transformación en las conciencias que casaba mal con un modelo político anquilosado y propio de un pasado involucionista como era la monarquía. En este punto, el profesor Sánchez Pérez llega a hacer afirmaciones que podrían ser incorporadas a cualquier manual de secundaria o universidad. La Edad de Plata de la literatura española, vinculada a la generación del 27, es para el autor, en realidad, una Edad de Oro, dado que coincidieron en una misma época figuras importantes en campos diversos como la literatura, la pintura, la judicatura, la ciencia o cualquiera de las artes y creatividad que se pueda imaginar. Además, el desarrollo de editoriales, periódicos o el avance e irrupción de la mujer de forma definitiva en la vida pública española se produjo en este tiempo. Y todo ello junto son bases del cambio político, social y de mentalidad que se va a operar en España.
El libro nos acerca a la realidad política española de 1930-1931, previa a la proclamación de la República, antes de desgranar como discurrieron las elecciones del 12 de abril, plebiscitarias y que dieron lugar a la República. Desde unos grupos monárquicos que se fueron desintegrando paulatinamente, y mucho más los más apegados a la dictadura primorriverista fracasada, pasando por el republicanismo histórico y el de nuevo cuño, así como el factor determinante del movimiento obrero, representando por socialista y libertarios. Pero no deja de ser importante agentes protagonistas que aparecen en el libro como los estudiantes, cuyo ímpetu modernizador y ganas de cambio fueron fundamentales para entender el desenlace final.
Quizá, en lo que respecta al movimiento obrero, se podría establecer un importante debate con el autor. Sin ser el agente exclusivo que trae la República sí que lo fue determinante y sin su participación la República lo habría tenido algo más difícil.
Lejos de todas estas cuestiones, relacionadas con las culturas políticas del país, el eje central de la obra es considerar a las elecciones del 12 de abril de 1931 como plebiscitarias. Y aquí el autor, frente a aquellos que estiman que la monarquía es la que se alza con la victoria, tiene clara la conclusión: los republicano-socialistas ganaron sin discusión aquellas elecciones. Lo primero porque el eje de análisis son aquellos lugares donde hubo disputa electoral. Y es allí donde se vio la fuerte influencia de los republicanos, que en algunos lugares fueron hegemónicos. Y, en segundo lugar, porque esa batalla se dio, sobre todo, en el ámbito urbano, donde las libertades alcanzadas a nivel social se vieron reflejadas también en el ámbito político. Ciertamente, hubo lugares donde los monárquicos ganaron. Algunos incluso coparon todos los puestos municipales. Pero la pregunta es ¿hubo disputa electoral? Aquí es donde entra los articulados de la ley electoral del momento donde se concedía la totalidad de los concejales a las candidaturas que se presentaban sin oposición. Y en ámbito rural esto se dio con frecuencia, lo que daba esa victoria a los monárquicos que gracias a la manipulación y el caciquismo apenas tenían oposición. “Si no puedes votar o solo puedes votar una cosa es normal ganar” (pág. 467) dice literalmente Francisco Sánchez Pérez.
Si esto fuese poco, el autor aborda otra cuestión fundamental. Analiza los resultados electorales, a partir de fuentes primarias, provincia por provincia, con las peculiaridades de cada una de ellas. La diversidad del electorado, la influencia de grupos políticos concretos como nacionalistas vascos, nacionalistas catalanes, reformistas en Asturias, tradicionalista en Navarra, etc. Basándose en estudios locales, que hay muchos y algunos muy buenos, 42 capitales de provincia se decantaron por la República y 8 por los monárquicos (es un resultado incontestable). Además, hay casos curiosos como el de Vitoria o lugares comunes que se han ido adquiriendo a lo largo del tiempo y que el libro rompe definitivamente. Además, en aquellos lugares donde la batalla electoral fue clara entre republicanos y monárquicos, los primeros salieron en una clara mayoría, como triunfadores. Aquí sí podría incidir en un dato en la provincia de Guadalajara. Cierto que la provincia (y la capital) fue un feudo de Romanones, pero también es cierto que durante el siglo XIX fue una de las pocas capitales de provincia que llegó a tener un alcalde republicano federal, así como un foco de republicano impermeable como fue Molina de Aragón con Calixto Rodríguez.
El libro, al ser tan minucioso, hace una disección total de las fuerzas políticas. Es de agradecer la clarificación ante de las distintas tendencias del nacionalismo vasco y catalán, siempre tan esquematizados y cuyos análisis, por lo común, están llenos de presentismos.
Un último aspecto voy a destacar de la obra, aunque sea anecdótico. Me ha sido grato saber que un republicano federal histórico como Manuel Cárceles, que había vivido el cantonalismo en 1873, estuvo en actividad política hasta este momento. O el doctor García Viñas, bakuninista de primera hora, que consiguió un acta de concejal socialista independiente en Melilla y que, sin embargo, renuncio a ella por no haber estado sometida al sufragio. Una generación interesante con una ética muy interiorizada.
En definitiva, el libro de Francisco Sánchez Pérez, con el título simbólico de los meses de la Revolución francesa como fue Germinal, es una obra que tiene que pasar a estar entre las bases de los estudios de la Segunda República. En este caso en sus orígenes. Porque en este caso sí, la República floreció (cual germinación) y como concluye el propio autor, a Alfonso XIII se echó. Sí, pero con votos. Y ahí radica el origen claramente democrático de la Segunda República.
Julián Vadillo Muñoz
Universidad Carlos III de Madrid