Este nuevo libro de la prestigiosa editorial Sílex recorre a lo largo de 27 capítulos los relatos de la guerra desde la Historia Antigua hasta el mundo actual, desde Eurípides hasta un tema tan actual como Hizbulá. Los autores analizan diferentes textos significativos de cada época, con un protagonismo de la etapa contemporánea y total ausencia de la medieval.
Como explica su coordinador, el doctor Alberto Guerrero Martín, el relato bélico ha variado con el tiempo: primero encontramos la simple descripción de las batallas de la antigüedad, luego pasamos a las hazañas de los caballeros medievales y en el siglo XIX destacan los diarios y memorias de soldados y corresponsales, además de la incorporación del soporte audiovisual. El punto de partida fue la guerra de Crimea (1854), donde se tomó la primera fotografía en el campo de batalla.
En el siglo XIX encontramos a los primeros grandes corresponsales, como el irlandés William Howard Russel, que fue pionero en enviar sus crónicas por telégrafo. Varios capítulos analizan el trabajo de estos periodistas que se jugaron el tipo contando lo que pasaba en la vanguardia y retaguardia de los conflictos. Por ejemplo, los profesores Maria Isabel Abradelo de Usera, Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera y Carlos Gregorio Hernández Hernández (Universidad CEU San Pablo) exponen un estudio excelente sobre los textos de periodistas, escritores y viajeros ingleses durante la guerra civil portuguesa (1828-1834). Asimismo, Maria Isabel Abradelo y José Luis Orella Martínez examinan las crónicas del corresponsal británico John Moore, que cubrió la Primera Guerra Carlista en 1835 y publicó un libro con las atrocidades que vio en España.
En la línea de introducción del soporte audiovisual, el profesor David García Hernán (Universidad Carlos III) señala que hemos pasado de “la Historia la escriben los vencedores” a “la Historia la escriben los productores”. El cine, los documentales y demás productos audiovisuales (también las redes sociales) están sustituyendo a los historiadores en el control del relato. Y, como afirma García Hernán, “nos encontramos en una época en la que predomina el relato sobre la constatación de los hechos históricos”.
Varios capítulos justifican que la difusión de la Historia puede usar más formatos que la prosa narrativa, como, por ejemplo, el documental, el cine o el cómic. Enrique Gudín de la Lama (ASEHISMI), Javier Voces Fernández (Universidad de Cantabria) y Óscar González Fernández (Universidad del País Vasco) lo explican en su luminoso análisis de la novela gráfica del doctor Pablo Uriel en la Guerra Civil Española. En el ámbito audiovisual, se destaca la eficacia de los documentales como instrumentos de propaganda y, como ejemplo, el libro aporta estudios sobre los camarógrafos soviéticos en la España de 1936 y sobre el NO-DO durante la Guerra de Corea (1950-1953).
Para analizar esta evolución histórica, el libro aborda una doble vertiente: las crónicas de la guerra de periodistas y militares, y los ensayos sobre el arte de la guerra de diferentes eruditos. Entre las conclusiones comunes hay una que llama poderosamente la atención: en general, los relatos bélicos han aceptado la guerra como un rasgo ineludible de la sociedad. Sorprende la ausencia de mensajes pacifistas.
El mayor ejemplo de ello son los textos sobre el Desastre de Annual (1921) de Miguel de Unamuno y Ramiro de Maeztu que analiza la profesora María Gajate Bajo (Universidad de Salamanca). El primero en contra de la guerra y el otro a favor: “La guerra de África es una guerra colonial, es decir, civilizadora de un pueblo atrasado, y para todo hombre de sentido histórico no habrá guerra más justificada”, escribió Ramiro de Maeztu. En este sentido, el poeta vasco exaltaba “el valor como ideal de una masculinidad sana”, señala la profesora Gajate.
Asimismo, Francisco Escribano Bernal (Universidad de Zaragoza) explica cómo los novelistas franceses tomaron partido por uno de los dos bandos de la Guerra Civil Española y nunca transmitieron mensajes pacifistas: “Se deja ver que la guerra es un acontecimiento necesario para la sociedad”. El capítulo del profesor Escribano cita las crónicas del autor de El Principito (1943), Antoine de Saint-Exupéry, las cuales escribió en agosto de 1936 desde el frente de Aragón para el diario conservador L’Intransigeant. Posiblemente, la elección de ese frente le salvó la vida, porque ese mismo diario envió en la misma fecha otro corresponsal al frente de Mallorca, Guy de Traversay, y acabó fusilado porque unos falangistas lo confundieron con un miliciano francés.
Por su parte, el profesor Antonio Miguel Jiménez Serrano (Universidad CEU San Pablo) analiza en un capítulo la fiabilidad de los relatos bélicos de la Antigua Roma y propone aplicar unos lúcidos criterios para valorar su verosimilitud: 1) El tiempo transcurrido entre los hechos narrados y la narración, 2) la experiencia del autor, 3) el método histórico, 4) la finalidad de la obra y 5) el contexto en el que tuvo lugar la escritura de la obra.
En definitiva, el libro es un análisis muy transversal de los relatos de la guerra, que aborda diferentes formatos y periodos, y que aporta una base epistemológica para futuros estudios sobre la Historia de los conflictos bélicos.
Coincidimos con el catedrático Federico Martínez Roda (Universidad Católica de Valencia), que en el prólogo de la obra recuerda que la responsabilidad del historiador es difundir “información verdadera” y no convertir el relato del pasado en una “confirmación retrospectiva de la propia ideología”. Lamentablemente, “la verdad histórica cuenta con enemigos”.
Manuel Aguilera Povedano
CESAG-Universidad Pontificia Comillas