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Entrevista con Josu Santamarina

Josu Santamarina Otaola es autor de la tesis doctoral Euzkadi’ko lur-ganian. Arqueología del paisaje de la Guerra Civil en el País Vasco (1936-1950). En esta investigación, el autor presenta una síntesis interpretativa sobre la materialidad arqueológica del País Vasco referida a una Guerra Civil que no finalizó en 1936, sino que se extendió hasta el año 1950. El corpus material es vasto: desde restos de munición y grafitis, hasta barracones de trabajadores y grandes obras hidráulicas, pasando por posiciones fortificadas, lugares bombardeados, monumentos y enterramientos clandestinos.

Tu trabajo se fundamenta en una comprensión de la Guerra Civil como una guerra larga. En los últimos años ha habido acercamientos que usan la guerra larga como marco interpretativo del conflicto. ¿Por qué te decidiste por este planteamiento?

Es un punto interesante, y he de decir además que me alegro de que en la historiografía actual exista este debate. Hace unos años había diferentes corrientes, teorías, ideas, etc. pero no existía la teoría de la guerra larga, por llamarlo de alguna forma. En el caso de la tesis planteé tres formas de llegar a esta idea de la guerra larga y por qué desde la arqueología lo veía interesante.

La primera sitúa la Guerra Civil española en el contexto de la guerra civil europea, es decir, la Primera Guerra Mundial, el período de entreguerras, el fascismo, la Segunda Guerra Mundial, etc. entendiéndolo como un conjunto de pequeñas guerras civiles que no acaba realmente hasta principios de la Guerra Fría. Se trata de un buen marco porque si situamos aquí la Guerra Civil española comprendemos el fenómeno del maquis; se puede emparentar la guerrilla antifranquista con la lucha partisana en Italia, por ejemplo. La segunda es la secuencia de guerras civiles no convencional, convencional e irregular. Y finalmente la guerra de ocupación de la escuela complutense de Gutmaro Gómez Bravo. Con estas perspectivas llegaba a la conclusión de que la guerra no terminaba en 1939, y la arqueología me demostraba que no se puede hablar de un territorio pacificado por lo menos hasta finales de la década de 1940 en muchos espacios.

Esta guerra larga adopta cuatro formas que se suceden en tu tesis: guerra de columnas, guerra de trincheras, guerra relámpago y la extensa guerra larga. ¿Cuáles son los rasgos que caracterizan estas fases en la cultura material?

Aquí también me he basado en estudios previos. La guerra de columnas, si lo traducimos a aquellos términos como los que investiga Jorge Marco, en la lógica de la Guerra Civil sería casi como un conflicto decimonónico, un desmembramiento del régimen republicano cuando no ha surgido todavía el Estado franquista. Hay pocos medios a nivel técnico-bélico, la represión es física… Esto se ve muy bien en las fosas de cuneta, ese terror caliente, ese repertorio ejemplarizante asociado a las dinámicas de las comunidades locales. En el País Vasco, donde las guerras carlistas están muy presentes en el imaginario colectivo, hay una radicalización, como una cuarta guerra carlista, estimable al menos hasta otoño de 1936 cuando hay una reorganización político-militar en ambos bandos.

La guerra de trincheras se desarrolla en el contexto de la formación de un gobierno provisional de concentración, una especificidad de su territorio porque representa el conservadurismo católico vasco leal a la II República: el experimento autonómico inédito hasta entonces, Euzkadi. El conflicto es tanto la violencia de dos bandos que se enfrentan, como la oposición por la construcción nacional. A nivel material esto se refleja en que se construye un frente de guerra, no sólo fortificaciones y trincheras, sino también una frontera entre ambos territorios. Y esto es un poco lo que me parecía más interesante, que las guerras en este período funcionan como procesos de reorganización y construcción nacional. Esto dura hasta la primavera de 1937 más o menos.

En este momento se inicia la guerra relámpago y se da un proceso paradójico, porque hay una internacionalización de la guerra, sobre todo por los aliados del bando franquista. Ese proceso de internacionalización deja sus huellas. En el caso de las fosas, aparecen regulares enterrados con fragmentos de metralla, munición checoslovaca, y luego aparecen pesetas de Euzkadi, chapas de identificación… Después, entre los años cuarenta y cincuenta hubo una política de reconstrucción. Con lo que más nos hemos topado han sido solares vacíos y capas de cenizas, pero también rastros de impactos.

Desde entonces, entre junio y julio de 1937 se inicia la implantación del nuevo Estado franquista, la guerra larga con toda esa maquinaria represiva, cárceles y esos procesos de fortificación de las fronteras exteriores. Ya estamos hablando de la organización defensiva del Pirineo o los artilleros en las costas.

A medida que se suceden las diferentes fases del conflicto, la escala de análisis también aumenta: desde la realidad material de la conspiración de julio de 1936 hasta la conformación del Nuevo Estado y su capacidad para alterar en mayor medida lo material y lo humano.

Sí, eso me parece una cosa interesante porque nos permite analizar cómo se forma un estado moderno, y verlo además desde lo puramente arqueológico. El Nuevo Estado se presenta no como un consenso sino como un poder que consigue implantarse a través de la violencia. Al principio con pocos medios, pero a finales de los años cuarenta se implanta de una manera poderosa, a través de una gran maquinaria represiva. Se reafirma en su “realidad territorial”, desde la transformación interna que sería la política de (re)construcción, porque es más transformadora que restauradora.

Durante el período de autarquía, el País Vasco es un lugar estratégico: hay minas, puertos, es fronterizo, industrial… Y Bilbao es una de las capitales industrial y financiera más importantes de todo el Estado. La periferización de los territorios adyacentes a ésta es una cosa que puede analizarse desde los análisis geográfico o económico marxista de David Harvey o Immanuel Wallerstein. Es un poco esta idea de cómo diferentes territorios se van transformando de una manera más radical por el interés de esas élites vencedoras de la guerra. Algo que ha quedado al final de la tesis y lo veo interesante de investigar es la política hidráulica del régimen y el abandono de terrenos comunales y la economía moral popular agraria tradicional.

El estudio de la materialidad revela grandes diferencias en los esquemas bélicos de ambos bandos. ¿Cuáles son las diferentes «culturas de guerra» de las que nos hablan las estructuras militares de republicanos y sublevados?

Comencé haciendo unos catálogos arqueológicos y esa fue una de las cuestiones: analizar distintos restos para ver qué diferencias había. Me consta que desde publicaciones como la Revista Universitaria de Historia Militar hay un interés creciente por las culturas de guerra, experiencias bélicas… Para empezar, a nivel macro se ve que el bando republicano recurrió a defensas más  lineales, más largas, de construcción de esa frontera que emulaba los frentes de la Primera Guerra Mundial en Francia o Bélgica. En cambio, en el bando franquista sí que se nota una influencia más africanista, de la guerra colonial, lo cual da mucho que pensar. Sus fortificaciones se sitúan en colinas y montes que dominan el territorio, entonces a la población local se la trata como población indígena, siempre sospechosa, siempre sometida al escrutinio desde la fortificación. Además, resulta más eficiente en la guerra en algunos paisajes. En el norte de Álava lo analizo con detenimiento y sí que se ve que es un sitio muy efectivo porque con poca fuerza se somete una gran extensión de territorio y además hay una política represiva al estilo de guerra colonial. En cambio, el modelo republicano trató de adaptar un esquema a un territorio difícil, aunque por ejemplo hay mayor diversidad arqueológica como en el caso de los nidos de ametralladora de hormigón. Esta diversidad arqueológica parece hacerse eco de la diversidad política y viceversa.

Luego también esto se compara con los grafitis. En el caso republicano hay bastantes, algunos incluso con firmas individuales pero sobre todo lemas, muestras de orgullo colectivo, símbolos políticos… En el bando franquista hay un silencio epigráfico bastante clamoroso, y no queda muy claro el porqué de esto. Parece que entra esa disciplina castrense, no tanto un tema político celebratorio sino que “aquí somos soldaduchos que estamos luchando donde nos mandan y fuera”.

Destaca el hecho de que un estudio de este tipo pueda contribuir a la recuperación de la memoria de los combatientes, como es el caso de Manuel Mogrovejo Arnaiz, una figura desconocida que es, no obstante, un monumento vivo a esa idea de guerra civil europea.

Sí, en general trabajar con fuentes arqueológicas es trabajar en un espacio de anonimato. Pero, porque realmente al contrario que las fuentes escritas que suelen estar firmadas o dirigidas, las fuentes arqueológicas no siempre. Este mundo anónimo en el que lo que tenemos no sabemos de dónde viene, de quién es… Y sin embargo hay casos en los que sí te encuentras con nombres propios, como fue el caso de Manuel Mogrovejo. Este nombre propio había quedado bastante fuera de distintas bases de datos y diferentes aportes bibliográficos. Entiendo que a todo el mundo cuando hacemos bases de datos siempre se nos quedan cosas fuera. Y entonces pues se fue quedando fuera, se nos fue olvidando a todos. Casualidad fue encontraros su chapa y empezar a hacer una investigación bibliográfica bastante detallada y bueno claro llegamos a esa biografía sobre el monte de San Pedro, que es este proyecto que estamos excavando, que tiene recorrido desde 2016, con el campo de Mauthausen, y el caso de que Mogrovejo sea uno de los pocos supervivientes vascos del Holocausto nazi.

Para encontrar familiares de Manuel Mogrovejo hubo que tocar la puerta de Argentina, porque solamente le quedaban vivas dos sobrinas en la ciudad de Quilmes. El caso es que hay una labor de muchísima investigación, pero fue interesante, la verdad, porque ellas no conocían muy bien la historia de su tío y pudimos conocer un poquito más, también
al revés, y vamos completando un puzle que todavía no está cerrado. Es muy interesante, y creo que además a nivel de patrimonio local o de memoria local pues por ejemplo para jóvenes de los pueblos de esta zona de Álava y Vizcaya si les hablan del Holocausto nazi ya no es simplemente una realidad ajena que pueden ver en una película o en un cómic, sino que es algo de un vecino suyo, una realidad de un vecino cercano, y encima puedes ver dónde estuvo, y dónde apareció su chapa, y dónde estaba él.

Haciendo la tesis doctoral me he centrado mucho más en la faceta investigadora pero siempre ha habido una voluntad de socializar los conocimientos a tiempo real, hacer mucha labor con los estudiantes en la Semana de la Ciencia, de divulgación, muchísimas charlas, muchos talleres… Todo eso en la tesis no está recogido, o al menos no mucho, y es también un trabajo bastante potente que está detrás. Al menos lo he intentado, pero es lo que pasa, es una labor de ir a los pueblos, a sus centros sociales, llevar materiales, charlar, grabar testimonios… Hay que decirlo todo, en colaboración con asociaciones locales. Todo ese tipo de labor de militante de base, que no es un ejercicio puramente académico e investigador, que también.

Otros procesos como la colonización simbólica y la (re)construcción del territorio – el Paisaje de la Victoria – son analizados por contraste entre dos municipios: Elgeta y Legutio. ¿Cuál fue el motivo de su elección?

Bueno, entre otras cosas porque morfológicamente son bastante similares: a nivel demográfico, a nivel geográfico, a nivel de ocupación urbana… De hecho son dos villas medievales que se fundaron casi a la vez. En el contexto de la guerra estuvieron en el mismo frente, pero en áreas enfrentadas. Legutio, en castellano Villarreal de Álava, era la gran punta de lanza franquista, mientras que Elgeta era un poco la Numancia republicana, el lugar que resistió a los ataques franquistas en el año de 1936 a 1937. Los dos fueron espacios de combate muy duros en diferentes momentos de conflicto, y me parecía muy interesante intentar comparar cómo había sido el proceso de reconstrucción. Y, bueno, sí que se ve que en los dos hay algunos moldes que son similares, al fin y al cabo es la misma institución la que los reconstruye, que es la Dirección General de Regiones Devastadas. Además, en los dos casos se utiliza la misma fórmula, que es que el Caudillo las adopta.

Pero también hay diferencias en algunas cosas. Por ejemplo, en el caso de Elgeta, la reconstrucción es mucho más dirigista, seguramente también porque el significado político de Elgeta estaba asociado al enemigo, al rojo separatista, entonces lo intentaron transformar mucho más. Esa reconstrucción fue aún menos restaurativa, se recurrió a la memoria de obras de pintores como Zuloaga o Uranga, que era de Vitoria pero estaba afincado en Elgeta. En el caso de Legutio, siendo un emblema de la resistencia franquista, era ya muy cómodo para el régimen. La reconstrucción se apoyó en las élites locales. Lo curioso es que cuando se agilizó el proceso de la autarquía y la periferización territorial, la política hidráulica-forestal alcanzó también el “baluarte heroico” de Legutio, quedando la simbología política relegada a un segundo plano en la voluntad del Estado franquista por sobrevivir.

Además del estudio de los restos materiales y el uso de metodologías propias de la arqueología, en tu trabajo también has empleado documentos de archivo, testimonios orales o cartografía de la época. ¿Qué han aportado a tu estudio las distintas tipologías de fuentes? ¿Cuál es la clave para trabajar con fuentes tan dispares sin perder el foco en el objeto de estudio?

A lo largo de todo el estudio me planteé constantemente: ¿qué hace que un estudio sea arqueológico?. Si bien cada vez nos hemos familiarizado más con el concepto de arqueología contemporánea, entiendo que en algunos círculos suena a marciano. Aquí lo defino un de forma amplia, básicamente como todo aquello en lo cual el centro de interés sea la cultura material. Cómo nos relacionamos ya no tanto con los discursos sino con los objetos, los espacios, los territorios… Aunque esto también es hablar de discursos, de ahí el uso de “paisaje”. No es sólo el uso de informes y documentación oficial, sino también el recuerdo de la gente, la toponimia, los testimonios orales, etc. El término permite una cierta expansión, teniendo un triple carácter: medioambiental como geografía física, humano como entidad sociocultural, e imaginario, como ejercicio de representación. Aquí he de remitirme a la cartografía, fundamental para ver cómo se ha visto el paisaje, pero también a cuadros o fotografías, todo aquello con vocación artística. Yo no reniego de otras fuentes: por ejemplo, si alguien lo ve como un trabajo de Historia Contemporánea, yo lo veo bien. Arqueólogos como Alfredo González Ruibal suelen reivindicar mucho la autonomía de la arqueología, pero a mí me da un poco igual.

Para finalizar, en tu tesis se vislumbra una preocupación por que los espacios patrimoniales de la Guerra Civil sean víctimas de una masificación turística que no sólo los dañe, sino que los desvirtúe como lugares de memoria. ¿Cómo podría lograrse una conservación sostenible de todo este patrimonio?

Pues es una gran duda, una de esas que se quedan sin responder y que todavía no se puede resolver. Hay varios ejemplos, y hay lugares que ya se han convertido en pueblos de cierto turismo de memoria, algunos más o menos respetuosos, aunque esto es muy difícil definirlo. Al fin y al cabo siempre hablamos de mercancía en relación con estos espacios, porque en la economía de mercado es inevitable. Por esto mismo, ahora por ejemplo estoy intentando ver más la vía puramente didáctica-pedagógica. No sólo que un lugar sea visitable y comprensible, sino que además sea un lugar de cierta transmisión de valores o principios. Si vamos a Europa, que siempre se toma como un ejemplo de todo lo bueno y lo genial, pues sí que vemos que hay una fetichización de lugares de memoria, algo inevitable. Seguramente también porque el propio concepto de “memoria” sea susceptible a ciertos fetiches. El hecho de querer recordar un acontecimiento en un lugar y darle un carácter casi sagrado, de “aquí ocurrió algo”, dándole un aura a estos sitios. En el País Vasco tenemos de todo, tenemos asociaciones muy interesadas, otras no tanto, tenemos administraciones que lo ven como un posible motor económico, cosa que puede ser legítimo pero también trae muchos riesgos. Y por parte de quienes estamos un poco más “en la técnica” pues no lo sé, intentamos ir con buena voluntad pero quizá no siempre lo conseguimos.

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