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Entrevista con José Luis Agudín Menéndez

José Luis Agudín Menéndez (Cangas de Narcea, Asturias, 1992) es doctor en Investigaciones Humanísticas por la Universidad de Oviedo con Premio Extraordinario. Su tesis doctoral examina la trayectoria del rotativo madrileño del Partido Integrista y de la Comunión Tradicionalista Carlista El Siglo Futuro (1875-1936). En esta misma universidad culminó sus estudios de grado en Historia y máster en Historia y Análisis Sociocultural. Asimismo, ha disfrutado de un contrato predoctoral a través del Programa de Formación del Profesorado Universitario (FPU) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Sus líneas de investigación se centran en el campo de las culturas políticas tradicionalistas y la historia de la prensa carlista durante la Restauración y la II República. Se ha interesado igualmente por el impacto ideológico de la I Guerra Mundial en España y en Asturias. Ha sido miembro del Grupo de Historia Sociocultural de la Universidad de Oviedo (GRUHSOC). Es autor de varios artículos en revistas como Ayer, Historia y Comunicación Social, Pasado y Memoria, Aportes o Hispania Nova y del libro Una Guerra Civil Incruenta. Germanofilia y aliadofilia en Asturias en torno a la I Guerra Mundial (1914-1920) (Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 2019). Asimismo, coordinó junto a Rubén Cabal la monografía colectiva Estudios Socioculturales. Resultados, experiencias, reflexiones (II) (Oviedo, AJIES, 2021). De su tesis doctoral surge la obra El Siglo Futuro. Un diario carlista en tiempos republicanos (1931-1936) (Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2023).

El Siglo Futuro es, sin duda, uno de los diarios fundamentales en el panorama contrarrevolucionario español. Sin embargo, afirmas que es el que menos atención historiográfica ha recibido. ¿A qué se debe esta falta de estudios sobre el rotativo?

A mi modo de ver, ese desinterés puede estar motivado por la proyección negativa que tuvo este rotativo. No obstante, no es la primera vez que El Siglo Futuro merece análisis por parte de historiadoras/es. Con anterioridad a este libro se habían acercado a este periódico, fundado por Ramón Nocedal por encargo de su padre Cándido Nocedal en 1875, investigadores como Jesús Timoteo Álvarez, Marta Campomar, Solange Hibbs y Cristina Barreiro Gordillo. Mi trabajo con respecto a todos los que le preceden se diferencia en que el diario se convierte en el auténtico protagonista de la investigación, cuando en los suyos respectivos era un figurante más en el repertorio. Además, no contábamos con un estudio global de su trayectoria, que comprende desde la Restauración hasta el inicio de la Guerra Civil. Sus exámenes se concentraban, de este modo, en una etapa concreta (los años iniciales y finales). En la tesis que se encuentra la base de este libro se emprende un examen global de su evolución. En la introducción de la monografía editada por Prensas de la Universidad de Zaragoza puede leerse una somera caracterización de cada una de las etapas en que he tratado de delimitar su larga historia. Mi intención es publicar más adelante la primera parte de mi tesis que cronológicamente se extiende entre 1875 y 1931.

De igual manera, la falta de estudios de este rotativo se extiende al resto de la prensa carlista en su larga historia. Es cierto que contamos con varios artículos y capítulos de libros que abordan periódicos de Madrid y provincias, desde una perspectiva que la mayor parte de las ocasiones es análisis de contenidos, y muy pocos libros. Así pues, todavía tienen validez afirmaciones como las de Vincent Garmendia o Cristina Barreiro, quienes pedían para las épocas del Sexenio Democrático y la II República más estudios. Demanda extensible, en cualquier caso, a toda la historia carlista. Hace poco se publicó en el nº 26 de Pasado y Memoria un dossier coordinado por Jordi Canal que iba en esta línea. Asimismo, fruto de una exposición del Museo del Carlismo de Estella aparecieron sendas monografías del profesor Javier Caspistegui que se sumaban a esta demanda. Sigue siendo indispensable, en todo caso, consultar lo que los cronistas tradicionalistas nos cuentan.  

¿Cuál es la situación del diario y el tradicionalismo carlista en los albores de la Segunda República? ¿Cómo recibió El Siglo Futuro la instauración del nuevo régimen?

En contra de lo que pudiera parecer, la situación del diario nada más producirse la instauración de la II República era de cierto crecimiento. Todo ello pese a los datos que ofrece la Estadística de la Prensa Periódica referida al 31 de diciembre de 1927 (1930), que se refiere a que el diario tiraba la poco significante cantidad de 6.000 ejemplares. A finales del decenio de 1920 los jerarcas de esta cabecera contrataron los servicios del que fuera administrador-gerente del diario carlista El Correo Español, Gustavo Sánchez Márquez, con el propósito de que introdujera cambios de calado. Se hicieron con nuevas maquinarias, lo que posibilitó que el periódico pasase de tirar cuatro páginas a seis y, circunstancialmente, ocho páginas. También incorporó un importante apartado publicitario, lo que debía proporcionarle ingresos, e intentó darlo a conocer en todo el país a través de las hojas provinciales. En estas últimas el órgano del Partido integrista se interesaba por la actualidad económica, política y cultural de cada lugar. Pese a la oposición que desde el integrismo se sostuvo contra la Dictadura de Primo de Rivera, es cierto que se vivía un acercamiento a la monarquía de Alfonso XIII. Coaligado con ella, se asistía a un cierto impulso integrista merced al ascenso de Pedro Segura como Cardenal Primado de Toledo. Este, cuya lectura favorita no era otra que El Siglo Futuro, quería convertir al diario dirigido por Manuel Senante en instrumento de su política, ya que El Debate de Ángel Herrera Oria no estuvo por la labor. Nos consta que el periódico iba a ser transformado en sociedad anónima sometida a los intereses de la Acción Católica. Sin embargo, la proclamación de la II República cambió por completo la agenda política integrista. No quedó aquello, en todo caso, en agua de borrajas, puesto que se constituyó en mayo de 1933 la sociedad anónima Editorial Tradicionalista.

En cuanto al carlismo cabe decir que la II República aceleró la reunificación de las escisiones integrista y mellista. Se formó, como explicó hace ya años Jordi Canal en El carlismo (Madrid, Alianza, 2000), una nueva “amalgama contrarrevolucionaria tradicionalista”. No de las dimensiones de la conformada en 1868, cuando el carlismo era una alternativa al Estado liberal. La imagen de globo que hincha y deshincha en el caso del carlismo de la que habló el profesor Canal me permite traer a colación una sucinta descripción del líder del carlismo valenciano Polo y Peyrolón. Él hablaba de que “por reacción natural, todos los elementos católicos y conservadores, en épocas de desquiciamiento social y religioso, vuelven los ojos al carlismo como la única tabla salvadora que pueda librarles del naufragio”. Quienes acudían al carlismo, al modo de ver del pretendiente Carlos VII, no lo hacían para robustecer a la bandera carlista, sino más bien para que los amparara a ellos. Con la Restauración y la II República el carlismo unido y desunido era una opción política más, pese a sus veleidades insurreccionales. No obstante, esta vuelta al radical por parte de mellistas e integristas se inició a finales de la década de 1920 y sobre todo desde la caída de la dictadura de Primo de Rivera. Un problema en la reunificación era el pretendiente Jaime III (1870-1931), que no era del agrado de los que fueran seguidores de Vázquez de Mella. Todo lo contrario ocurrió con su sucesor, el anciano Alfonso Carlos I (1849-1936), favorable también a los integristas. El Partido Católico Nacional o integrista, cuyo portavoz periodístico no era otro que El Siglo Futuro, nació tras la escisión de la Comunión Católico-Monárquica acaudillada por Ramón Nocedal (1888). El pleito mellista tuvo lugar en 1919 y perjudicó notablemente a la Comunión, puesto que se quedó un par de años después sin su gaceta oficial El Correo Español. Ello explica que, tras varios años intentando tratando de refundarlo, la vuelta de los integristas con El Siglo Futuro convirtiera a este en órgano oficioso de la Comunión. Esto no fue del agrado de periódicos como El Cruzado Español, protagonista de un cisma que tendrá más trascendencia con el comienzo de la dictadura.

Significativamente, la recepción de la instauración de la II República no apareció en portada del diario, sino en forma de noticia en última plana. El editorial de entrada, titulado Hoy como ayer, como siempre…, era sintomático del punto de vista integrista. No importaba si hubiera un régimen monárquico liberal o una república liberal, la actitud del integrismo era de franca oposición. En el integrismo se puede hablar de una cierta accidentalidad en formas de gobierno siempre que se instaurarse el Reinado Social de Cristo. El ejemplo reverenciado de ese “republicanismo” integrista era el del caudillo teocrático de Ecuador, Gabriel García Moreno. Se cumplieron, en cualquier caso, los vaticinios de profetas como Juan Donoso Cortés, Cándido Nocedal o Juan Vázquez de Mella. Proclamaron que el coqueteo de los gobiernos de la monarquía con la revolución acabaría por llevárselos por delante. Se exculpó a Alfonso XIII, al que veneraban por la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, de los ataques que por entonces recibió. La situación no podía ser más beneficiosa para un tradicionalismo en horas bajas, a pesar de la recuperación de fines del decenio de 1920. El carlismo, por su parte, a través del manifiesto de don Jaime, mostró una insólita predisposición a colaborar con las instituciones en el mantenimiento del orden. Las quemas de conventos de mayo, transcurridas apenas unas semanas de la proclamación, cambiaron por completo la situación.

El diario recibe dos grandes suspensiones: la primera en el verano de 1931 y la segunda tras la Sanjurjada. En este sentido, señalas una paradójica apropiación de la libertad de prensa como estrategia discursiva para reanudar la circulación del periódico.

Efectivamente sufrió esas dos suspensiones, pero es que además fue multado y muchos de sus artículos, viñetas y noticias resultaron denunciados. Las suspensiones de 1931 y 1932 le permitieron introducir reformas en el rotativo. La primera supuso el acomodo del periódico integrista al carlismo; la segunda anticipaba cambios de relieve que vendrían en 1933 con la formación de una sociedad anónima y en 1935 con la transformación en un diario gráfico. Esa apropiación de la libertad de prensa a la que te refieres es una muestra más de la capacidad de adaptación del periódico en particular y del carlismo en general a la modernidad. Esta es una asunción que se hizo con total naturalidad, siempre y cuando no alterasen los axiomas fundamentales. Las contradicciones, en cualquier caso, comenzaron a aflorar. Esta es una constante en la historia del carlismo. Tal adaptación, de la que ha reflexionado largo y tendido Jordi Canal, se manifiesta, por una parte, en las metamorfosis de la gaceta del partido en este contexto y, por otra parte, en la retórica democratizadora del discurso. De suerte que asumía los principios de una empresa moderna capitalista y abrazaba lo que le interesaba de la democracia republicana. Explotó, así pues, uno de los talones de Aquiles de la II República para demonizarla. Esquivó multas y denuncias, puesto que se valió de la inmunidad de sus parlamentarios que se declaraban autores de un sinfín de caricaturas y artículos firmados con seudónimo. También actuaban de directores de paja. En vez de figurar Manuel Senante en las denuncias, lo hacía en su lugar el parlamentario José María Lamamié de Clairac. Este libro se viene a sumar, en fin, a aquellos estudios como los de Alfonso Botti, el propio Canal, Pedro Rújula, Javier Ramón Solans y otra/os mucha/os que vienen a poner de manifiesto que la modernidad no era solo monopolio de quienes lideraban la revolución liberal y el progreso. Se trata de una nueva conceptualización de la modernidad.   

En tu obra subrayas la trascendencia para el movimiento tradicionalista del nombramiento como secretario general de la Comunión de Manuel Fal Conde. ¿Cómo se vio reflejado este cambio en las páginas de El Siglo Futuro?

El ascenso de Fal Conde en mayo de 1934, del que este año por cierto se cumplen noventa años, constituyó un punto de inflexión puesto que nos permite diferenciar lo que fue la política del movimiento carlista hasta 1934 y la de a partir de entonces hasta la sublevación militar. Aunque es natural que en el carlismo se diera una predisposición al acoso y derribo al régimen, desde 1934 esto es mucho más claro. Hasta entonces se hablaba de posibilismo con el conde de Rodezno al frente y desde la llegada de Fal se impulsó un notable militantismo. Con ello no se quiere decir que la praxis parlamentaria fuera dejada de lado. Sí que lo fue tras el fiasco de febrero de 1936. Se aprecia, de igual manera, un contraste generacional entre viejos y nuevos carlistas. Los primeros, bastante realistas y oportunistas, estaban cómodos con la política del conde de Rodezno, mientras que los nuevos, entre los que se encontraban los jóvenes y las margaritas (tal y como se denominaban las mujeres carlistas) demandaban un importante cambio de timón. Fal Conde no satisfizo por completo todas esas demandas puesto que figuras de relevancia en el bienio 1931-1933 todavía ocupaban posiciones estratégicas. El ascenso de Fal fue también el de los integristas.  

El Siglo Futuro fue el que catapultó al liderazgo de la Comunión a Fal Conde en respuesta a las demandas de quienes no ocultaban su descontento ante la política rodeznista. Se le brindó la posibilidad de participar en las páginas del diario en múltiples artículos de fondo. Contextos como el de la Sanjurjadaen la que se implicó y sufrió la cárcel por ello, no hicieron sino incrementar su presencia en los medios de prensa por los escritos donde se presentaba como un preso predestinado. Otro tanto lo hacían crónicas que subrayaban sus aptitudes como dirigente y entrevistas donde ponía de manifiesto los logros organizativos en esa “Navarra del Sur” que fue Andalucía Occidental. Y es que organizó numerosos actos de propaganda, dio un importante impulso a la prensa, organizó el requeté y una experiencia de asociacionismo gremialista. Con esta última el carlismo mostraba, una vez más, su sensibilidad por la cuestión social. El acto del Quintillo, semanas antes de su nombramiento como secretario general, produjo una impresión imborrable en los carlistas norteños que se desplazaron a Sevilla con la intención de apadrinar la fundación de un círculo de sociabilidad. Esa exhibición carlista sin precedentes, como la denominó en su día Martin Blinkhorn, vino acompañada por un supuesto táctico protagonizado por el requeté andaluz y un espectáculo aéreo. Con ello no se quiere decir que no hubiera precedentes de militancia carlo-integrista en Andalucía, como han demostrado las investigaciones de los últimos años, pero la labor de Fal, que comenzó a significarse con su ingreso al Partido Integrista en marzo de 1930, contribuyó a su renacimiento. Se puede observar el fruto de su labor en los resultados electorales de 1933. La prensa integrista y en particular El Siglo Futuro pusieron toda la carne en el asador para propagar el éxito del Quintillo, antesala de lo que luego serían grandes concentraciones y aplecs. La influencia de Fal Conde en la prensa en general y El Siglo Futuro en particular es un aspecto nunca debidamente explorado. La llegada de él a Madrid supuso muchos cambios para El Siglo y, de hecho, la llegada de estrechos colaboradores suyos al periódico no hace sino corroborar ese control falcondista del diario. Tiempo antes, sus puntos de vista con respecto a él para su transformación fueron muy tenidos en cuenta por los miembros de la Junta Suprema Nacional.

¿Quiénes fueron las más importantes plumas que escribieron en El Siglo Futuro?

Una descripción recurrente en las historias de la prensa es la de Arturo Mori. Es a la vez afortunada y desafortunada porque no nos permite ver las colaboraciones a las que dio cabida el diario, en especial durante la II República. Lo denominaba “el diario de los sillones obispales”. Tampoco daba pie a considerar la capacidad para innovar que tuvo esta empresa periodística. Resulta innegable, de todos modos, que el oscurantismo y el carácter incendiario de algunos de los editoriales a los que hacía mención estaba ligado a los redactores más célebres del diario. Quien polemizó con los integrantes del grupo de la Democracia Cristiana y Maximiliano Arboleya en el decenio anterior, el abate Emilio Ruiz Muñoz, firmaba con el pseudónimo de Fabio. Otro de los religiosos más combativos, testigo de las guerras cristeras en México, era Antonio Sanz Cerrada (Fray Junípero), autor de una sección de actualidad a la que no faltaban dosis de humor. Respetado por otros medios ideológicos rivales era Manuel Sánchez Cuesta (Mirabal), que junto a Jaime Maestro (redactor-jefe del Siglo) dirigían la agencia Fides, la cual facilitaba noticias a los periódicos de la red de prensa tradicionalista. Superviviente de los primeros años del Siglo y profesor de Alfonso XIII era José Fernández Montaña. El encargado del recuerdo de las efemérides religiosas, las hojas del calendario, fue el hacendado toledano Juan Marín del Campo. A los veteranos se incorporaron personajes como el integrista catalán Luis Ortiz Estrada, quien combatió la falta de libertad de expresión de la II República, los militares enfrentados con la reforma militar azañista Emilio R. Tarduchy (jefe de redacción y luego subdirector del diario) y Nazario Cebreiros y, por último, el que fuera redactor-jefe del Heraldo de Madrid José Simón Valdivielso. También brillaron carlistas como Fernando de Contreras, Víctor Pradera —por entonces desfilaba con asiduidad en Acción Española—, el conde de Rodezno, e integristas como el mismo Manuel Fal Conde o José María Lamamié de Clairac.

¿Cómo quedaron plasmadas en el diario las relaciones con el monarquismo alfonsino?

Si bien al principio, de camino a las elecciones a las Cortes Constituyentes de junio de 1931, cuando el diario todavía no había pasado a ser correa de transmisión de la Comunión Tradicionalista Carlista animaba a periódicos como el monárquico ABC a dejar a un lado los maximalismos y personalismos, lo cierto es que se tuvo a bien patrocinar las iniciativas que los coaligaron con los alfonsinos hasta el ascenso de Manuel Fal Conde. No del modo que denunciaron, todo hay que decirlo, la facción que combatió el ascenso del integrismo y el mellismo. Personalidades que habían sido alfonsinas en su momento como José María Arauz de Robles escribieron editoriales en el rotativo a favor de ese entendimiento que no fueron del agrado del pretendiente Alfonso Carlos de Borbón. No debemos olvidar que ese acercamiento de las élites de uno y otro partido (Renovación Española como se conocería con su concurrencia a los comicios de noviembre de 1933) lo había propiciado el Pacto de Territet entre don Alfonso y don Jaime, un mes antes del fallecimiento del segundo. Este venía a significar que una vez que muriera don Jaime sus derechos dinásticos pasarían a uno de los hijos de Alfonso XIII, Juan de Borbón, quien se formaría en los principios carlistas. No entenderíamos sin aquel entendimiento una revista interesante donde cooperaban jaimistas, integristas, alfonsinos y protofascistas como el doctor José María Albiñana: Criterio de Luis Hernando de Larramendi que antecedió lo que fue Acción Española. No obstante lo dicho, no pareció estar por la labor don Alfonso Carlos de proseguir el acuerdo de Territet. Aunque el diario respaldó esa armonía en circunstancias electorales como la de noviembre de 1933 con la agrupación TYRE (Tradicionalistas y Renovación Española), esta formaba parte del juego de alianzas de la Comunión junto a otras agrupaciones políticas como la CEDA. Es cierto, como recalcaban los del Cruzado Español, que El Siglo Futuro brindó las páginas a alfonsinos que tuvieron agravios con la II República. No puede entenderse de otra manera la campaña que hizo por los deportados en el penal de Villa Cisneros (Sahara Occidental), muchos de ellos alfonsinos. Su conversión al carlismo no convencía a los del Cruzado.

A pesar de estas cuestiones, el pretendiente prohibió que el periódico tratase cualquier cuestión que estuviese relacionada con su sucesión y los desencuentros con El Cruzado. No pudo imponer su criterio y no era falta de voluntad de la dirección del Siglo. Con Fal Conde al frente de la Comunión, sí que hubo un cambio de rumbo, porque ordenó que se suspendiera la vinculación con la oficina TYRE. Otra cosa bien distinta fue que tuviera que aceptar a regañadientes la participación en la iniciativa de José Calvo Sotelo del Bloque Nacional de la que solo quería sacar beneficios al tradicionalismo. Con respecto a la prensa el natural de Higuera de la Sierra (Huelva) estableció que en lo que hiciera a actos de esta agrupación se detallara exclusivamente lo que se refiriera a los discursos de los carlistas. Cabe decir que hubo problemas en la publicación de algunos artículos que demostraban que el criterio de la intransigencia falcondista no era del agrado de los periodistas y colaboradores carlistas. Incluso esto se dio en el Boletín de Orientación Tradicionalista que no dejaba de ser un fiel reflejo de sus dictados.

En último lugar, ¿qué ocurrió con El Siglo Futuro tras el comienzo de la Guerra Civil? ¿Hubo intentos por lograr una reaparición del periódico durante el conflicto o en la inmediata posguerra?

El Siglo Futuro desapareció en una fecha tan significativa como el 18 de julio. También lo hicieron otros como los pertenecientes a la Editorial Católica (El Debate o Ya). La Nación de Manuel Delgado Barreto lo había hecho varios meses antes en circunstancias adversas. Lógicamente y a pesar de lo que contaban noticias contradictorias de alabanzas de El Siglo Futuro a la acción contra el golpe de estado por parte de la República, lo cierto es que sus instalaciones sirvieron para imprimir periódicos de la CNT y la FAI: CNT y Castilla Libre. Luego pasarían las maquinarias y todos los enseres a la cadena de prensa del Movimiento nacional. Es la misma situación por la que pasaron El Debate, Ya o Informaciones. No así ABC que realmente en lo que duró la guerra en la zona republicana lo que conservaba solo era el título. La represión afectó a la mayor parte del equipo redaccional y el director, Manuel Senante, pudo huir pronto a la zona en manos de los insurrectos contra la República. Quienes pudieron sobrevivir a la cárcel fueron luego integrados en el periódico El Alcázar, dirigido a principios de los cuarenta por uno de los últimos redactores de El Siglo: Jesús-Evaristo Casariego. La “muerte” de El Siglo Futuro lo es también del esfuerzo que en materia de propaganda hizo la Comunión bajo el liderazgo de Fal Conde. Y todo ello pese al canto de cisne hasta el Decreto de Unificación. Los diarios de más entidad, con excepción de La Unión (Sevilla) y El Pensamiento Navarro (Pamplona), sucumbieron y no volvieron a las calles ni siquiera tras la victoria franquista de 1939. Algunos sí, como ocurrió con el caso del Correo Catalán, pero bajo otros condicionantes. Era el crepúsculo de una gran época de la prensa carlista que incluyó cabeceras como La Esperanza, La Fe o El Correo Español. Sus máximos, con sus altibajos, se situaron entre el Sexenio y la Guerra Civil. No apareció, pese a las múltiples publicaciones semanales que durante la dictadura se publicaron, proyectos diarios de equiparable envergadura. No deja de ser paradójico observar como quienes atacaron la II República por la libertad de prensa combatieran con la misma saña al nuevo régimen. De nada sirvió la preparación ideológica del 18 de julio para que volviera El Siglo Futuro como solicitó su director a Ramón Serrano Suñer tras el fin de la Guerra Civil, tratando de acreditar tal respaldo para que volviera a las calles. Ese lugar lo ocupó el referido El Alcázar. Ahora bien, Senante continuó aspirando a que su periódico volviera a las calles. Su adhesión a la política de Fal Conde de resistencia al régimen tras el Decreto de Unificación jugó en su contra.

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