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Entrevista con Francisco J. Leira Castiñeira

Sueñan los Nadies de la Guerra de España que algún día llueva de pronto el reconocimiento que merecen, pero ni en llovizna les cae del cielo. Por contra, la tormenta del olvido les sigue empapando. Por mucho que nos llamen, solo tienen por respuesta el silencio. Después de tres años de guerra y cuatro décadas de dictadura, no se cuestionaron los relatos de los grandes nombres, las inamovibles dicotomías y la eterna narración de las dos Españas fratricidas que se mataron a garrotazos. Más de cuarenta democráticos años después, y a pesar del esfuerzo de activistas e historiadores, los Nadies siguen sin ser alguien, y parece que para nuestra sociedad resulta más cómodo así: los Nadies valen menos que el consenso que los olvidó. Francisco J. Leira Castiñeira, en la presente obra, devuelve a los Nadies al lugar que les corresponde en las páginas de la Historia. Dando voz a María y Urania, a Juan, a Francisco y Dorinda… el autor nos muestra una época con muchas más aristas de lo que los relatos dominantes nos han legado.

En Los Nadies de la Guerra de España estudias numerosas trayectorias anónimas de la Guerra Civil, buscando salir del relato tradicional de las grandes figuras y de los estereotipos clásicos sobre el conflicto. ¿Cómo se rompe esa tendencia historiográfica? ¿Qué impedía hablar de los «Nadies»?

En primer lugar, quiero daros las gracias por la entrevista y prestar atención al libro, que simplemente espero que os haya gustado. Y digo esto último porque debo aclarar, en segundo lugar, que yo no trato de romper ninguna tendencia historiográfica. No quiero presentarme como un Adán de ninguna “nueva” tendencia, forma de historiar o de analizar el pasado. Es cierto que pongo el foco en otras voces, en otros protagonistas, pero continúo una línea de investigación que iniciaron otros investigadores como Nerea Aresti, Laura Branciforte, Antonio Cazorla, Andrés Domínguez Almansa, Eider de Dios, Gutmaro Gómez, Miren Llona, Mónica Moreno, Javier Muñoz Soro, Julio Prada, Anaclet Pons, Javier Rodrigo, Justo Serna, Óscar Rodríguez Barreira o Sofía Rodríguez, entre otros/as muchos/as de los/as que he aprendido y recogido el “guante” historiográfico que trato de recoger en este libro.

En concreto, en el ámbito que más he investigado, el frente de batalla, destacan investigaciones con las que creo que mantengo un diálogo constante y a su vez lo hacen con lo que se realiza fuera de España. Me refiero a Ángel Alcalde (sobre los movimientos de excombatientes), Ali Al Tuma (sobre los regulares), David Alegre (recientemente publicó Colaboracionistas), Miguel Alonso (sobre los combatientes y el fascismo en la Guerra Civil española), Gonzalo Berger (sobre las milicianas), James Matthews (también, sobre soldados de ambos bandos en la Guerra Civil), Xosé Manoel Núñez Seixas (entre otros temas, sobre la División Azul), Michael Seidman o Stephanie Wright.

Realmente, es una forma de analizar el pasado que está plenamente asentada, desde la obra de Carlo Ginzburg (padre de la “microhistoria”), en el marco internacional y que viene desarrollándose con excelentes resultados en España desde por lo menos el año 2000. He citado muchos nombres, pero hay muchos más que me he dejado en el tintero. Es cierto que ya se habían estudiado, por ejemplo, los ejércitos de la Guerra Civil por historiadores de la talla de Michael Alpert o Gabriel Cardona, sin embargo, lo que cambia es el enfoque. Antes, quizá sea mi impresión, se analizaba más como un conjunto en el que la individualidad, las casuísticas personales, la excepción dentro del colectivo, apenas tenían relevancia, mientras que ahora, se tienen un poco más en cuenta.

No digo que antes no se hiciese, pero ahora, el individuo (que no la individualidad) tiene un mayor protagonismo, tiene una capacidad de agencia de la que antes, quizá, no gozaba. Esto provoca que los hombres y mujeres tengan mayor “responsabilidad”, y quiero remarcar las comillas, en las acciones que definieron su existencia. Aunque la influencia del contexto histórico es evidente, los comportamientos sociales y sus decisiones, no estarían solo definidas por el “destino”. Creo que es un importante avance que permite conocer mejor lo sucedido y, también, conocernos mejor a nosotros mismos. Pero, reitero, no he descubierto el Mediterráneo.

Asimismo, quiero destacar el papel de la historia y de la crónica local, que llevan años realizando un trabajo excelente y, no creo que me equivoque con lo que voy a decir, ha estado más cerca de la sociedad civil que los historiadores/as de la “academia”. Es más, no todos los personajes a los que dedico un capítulo han sido estrictamente “Nadies” (partiendo de la base, de que ninguno/a lo ha sido nunca para la gente cercana a ellas), sino que ya habían sido recogidos sus historias por muchos historiadores/as y cronistas locales. Quizá, pero esto lo debe valorar el lector/a, lo que pretendí hacer es un libro a medio camino entre esos dos mundos, la crónica y la historia “académica”. Subrayo que ha sido mi pretensión, pues la sombra de Carlo Ginzburg es muy alargada y es complicado aportar nada que no haya hecho él ya. Quizá. Si que creo que, con los planteamientos, que principalmente recojo de Antonio Cazorla y de Andrés Domínguez Almansa, lo que se puede leer entre líneas (pues no quiero pontificar; como repetí hasta la saciedad yo ya he dejado de ser soberano de mi libro y son los lectores/as quienes deben hacer sus interpretaciones) es un aviso para no seguir dejando de lado la labor social y pedagógica que debe tener la historia y, que tras haber escuchado las declaraciones de algunos diputados y senadores (por ejemplo, Alberto Núñez Feijoo), la historia también tiene una vertiente política (que no politizada o propagandística). Para ello, una forma de historiar puede ser poner nombre, apellidos y cara a las vivencias sociales sufridas por muchos/as “Nadies”, que en el fondo somos la gran mayoría.

Aunque el objetivo de la investigación es recuperar a aquellas personas que normalmente no desempeñan un papel principal en los libros de Historia, tuviste que elegir cuáles de ellas iban a tener protagonismo en tu obra y cuáles no. ¿Cuál fue el criterio? ¿Qué te permitía explicar o ilustrar los «Nadies» que finalmente aparecen en el libro?

El libro fue creciendo poco a poco; la redacción fue muy pareja al proceso de investigación. De hecho, uno de los capítulos lo terminé de redactar cuando el libro estaba en uno de los (múltiples) procesos de lectura de mi editor. Se trata de la historia del quinto del biberón Ramón Montserrat. Sus familiares me contactaron y me dijeron que guardaba parte de unas memorias que encontraron tras su fallecimiento. Me pareció oportuno meterlo dentro del libro. Por lo tanto, reconozco que no hubo más criterio que el de escoger las historias de las que más información tenía y que podían representar a otras muchas.

Por eso, no todos/as son “Nadies” u “olvidados” del todo por la Historia. Por ejemplo, la primera alcaldesa gallega, Urania Mella, Ionel Mota o el capitán Rodríguez Lozano, eran conocidos, han salido sus historias en algunos libros o, incluso, se les dedicó una obra de teatro. Pero el libro no solo versa sobre la “Guerra de España”, sino de cómo recordaron el trauma sus familiares. Así que, como “personajes secundarios” se cuelan en la narración principal familiares, vecinos, delatores, verdugos, confidentes o salvadores. Quiero creer que hay más historias que las de los “protagonistas” de cada capítulo.

De algún modo, quiero mostrar qué significó el golpe, la guerra y su trauma, sin ánimo de ser exhaustivo y siendo consciente de que dejo más fuera que dentro. Pero, como digo en la introducción, no es un manual, no es una historia breve o un libro con “los aspectos más destacados” de lo que ocurrió tras el golpe de Estado. Quiero llevar al lector a aquel periodo, que pueda sentir los miedos e incertidumbres, “comprender”, que no “justificar” las decisiones que tomaron muchas personas corrientes. Si a mayores soy capaz de conseguir que se conozcan aspectos de la Historia de España, mejor. Este libro está a medio camino entre un libro de Historia y una narrativa novelada; ahora, como ya he dicho, el lector/a es quien debe juzgarlo e interpretar lo escrito.

El libro comienza en el Sexenio Democrático y termina en la actualidad, para entender lo que supuso ese acontecimiento para la sociedad, son muchos temas los que trato en él, pero, repito, no quiero pontificar, sino generar debate. Obviamente, no me escondo y aporto mi visión sobre el pasado, que no deja de ser una construcción rigurosa a través de unas fuentes, pero que siempre se debe poner a debate.

¿Cómo decidí qué incluir y qué no? Creo que se debió a las limitaciones que impone el estudio del pasado. No existe eso que llaman la “historia desde abajo”, la historia solo se hace desde la atalaya del presente y sentado en un escritorio o biblioteca. Quizá sea más correcto hablar de “Historia de los márgenes” y “para los subalternos”. Ellos, gracias al contacto directo con familias, fueron las que dieron forma al libro. Obviamente, de algunos era capaz de obtener más información que de otros y la decisión de incluir a unos/as y no a otros/as, en parte se debe a esa eventualidad y limitación que tenemos todos/as los historiadores/as. Aun así, debo reconocer, que una parte de mí está en cada uno de los capítulos.

Aún así, siempre que guste el libro, espero poder hacer una segunda parte, centrada en otros aspectos, posiblemente en la posguerra. Estudiar a la siguiente generación, para quienes la guerra era propaganda, silencios e “historias que nunca habían ocurrido”. 

¿Cómo se investigan las vidas anónimas? ¿Cuáles son las fuentes, los archivos y las metodologías necesarias para poder darles ese lugar en las investigaciones?

La gente corriente generamos menos documentación que los grandes “prohombres”. En mi caso personal, no creo que deje en herencia un vasto archivo particular. Lo que podrán encontrar de mí en un futuro serán pocas referencias y los expedientes de alguna multa de tráfico, por ejemplo. Poco más. Pero siempre hay cosas. En esta ocasión, la labor de las familias fue clave. Cuatro capítulos se pudieron realizar gracias a la cesión de cartas, diarios y memorias escritas por los protagonistas y que fue completada con otro tipo de documentación.

Luego, como cualquier otro trabajo de investigación histórica utilicé: fuentes de archivos civiles y militares, fuentes hemerográficas y entrevistas orales a sus familiares o a ellos mismos. En este sentido, ha sido fundamental la labor que desarrollaron proyectos de investigación como Historga (impulsado por Isaura Varela, Xurxo Pantaleón y Marc Wounters) o “Nomes e Voces” (del que fue investigador principal mi director de tesis, Lourenzo Fernández Prieto, y fue miembro mi otro tutor, Andrés Domínguez) en la recuperación de la vida de personas sin historia a través de la recuperación de documentación persona y entrevistas orales. Soy deudor de lo que hicieron muchos/as investigadores antes que yo, especialmente destaco a Andrés Domínguez y a Lourenzo Fernández. También el Museo Virtual de la Mujer Combatiente de Gonzalo Berger y Tania Batllò.

En este recorrido, dedicas un espacio importante a las trayectorias de varias mujeres, así como de la construcción de la masculinidad y la feminidad. ¿Qué papel tiene la perspectiva de género dentro del nuevo enfoque que planteas?

Reitero lo que ya he dicho, no planteo ningún nuevo enfoque. Por un lado, porque no hay nada novedoso en mi forma de aproximarme al pasado. Por otro, porque todo lo llamado “nuevo” (como un valor positivo en sí mismo por su novedad) termina por convertirse en “viejo” y, por lo tanto, pierde relevancia o calidad. Además, porque supone una falta de respeto a lo que se supone que “sustituyes” (entre comillas) al presentar algo novedoso. Mi trabajo bebe de todo lo que se hizo antes. Lo remarco en la introducción y quiero hacerlo ahora. No me gusta presentarme como “nuevo” nada, y rechazo diametralmente a todos los que se presentan bajo ese calificativo.

Es cierto que, respecto a mi tesis doctoral, las mujeres tienen un papel muy importante en el libro. Por un lado, mostrar que muchas de ellas, no tan conocidas como las Victoria Kent, Clara Campoamor o María Zambrano, por citar algunas, fueron capaces de romper ese techo de cristal.

Como dije, una de ellas fue la primera alcaldesa de Galicia, de un pequeño pueblo rural, A Cañiza, que apenas tiene 10.000 habitantes. Esto desmitifica un poco esa idea, muy propia del hispanismo y de algunos trabajos excesivamente focalizados en Madrid, de que el Estado español era profundamente analfabeto por ser agrario. No lo afirmaron tan taxativamente, pero la relación entre “analfabetismo” y “mundo rural” era evidente y constante. Ese ejemplo, muestra, que no demuestra, que no es del todo cierto. Es verdad que el analfabetismo fue alto, pero también, que la sociabilidad desde finales del siglo XIX fue muy importante para el conocimiento de la realidad sociopolítica. Esto provocó que la primera alcaldesa de Galicia lo fuese de un pequeño pueblo y no de una capital de provincia.

Por otro lado, les quise dar una capacidad de agencia que en ocasiones se les negó tras su muerte, no tanto en vida. Son los ejemplos de Antonia Portero Soriano, una miliciana del Quinto Regimiento de la que no hay más noticias de ella que las que escribieron hombres y eso que, en teoría, llegó a comisaria política; el otro es el de Amada García que, tras su asesinato a manos de los golpistas, se extendió el mito de que la apresaron y condenaron por tejer una bandera (como Mariana Pineda) cuando realmente era una militante del PCE. Es una forma de devolverlas al espacio público que habían conquistado y que por ello las mataron. Son ejemplos de muchas otras historias que se esconden entre los pliegues del olvido.

Al escoger experiencias «corrientes», toman valor los sentimientos como el miedo o la incertidumbre; temas más íntimos que no estamos tan acostumbrados a ver como protagonistas en la historiografía. ¿Por qué debe la Historia fijarse en ellos? ¿Es relevante plantear esta visión más «humana» de los sujetos que estudiamos?

La Historia como disciplina debe prestar atención a todo aquello que tenga un fin social. Es conveniente remarcar que siempre va a haber una distancia insalvable entre el universo sociopolítico y cultural de lo que se investiga y el historiador/a. Así que, lo que presento en este libro (y han hecho otros/as anterioridad) no es más que una interpretación a partir del análisis de distintas fuentes. Creo que el historiador/a, debe adentrarse también en ese complejo mundo de las ideas y sentimientos que, hasta el momento, parecía un terreno exclusivo de la literatura. Sin dar nada como factual, sí que se puede realizar una aproximación con conocimiento, a través de fuentes y de una metodología rigurosa, de ese universo que ya no existe y que no podremos revivir.

Esto no implica que se deje de estudiar las cuestiones políticas, sociológicas, institucionales, organizativas y un largo etcétera. Pero me resultó muy interesante, casi como un reto, el de explicar la relación con el universo sociopolítico y cultural de las personas corrientes, como colectivo y como individuos, y sus decisiones en función de los diversos contextos. Ver como entran en contradicciones diversas, su complejidad y su evolución. En cierta manera, me sirvió para aprender de mí mismo, ver como en muchas ocasiones soy profundamente contradictorio, aunque yo no lo quiera.

También hablas de historia pública y de la necesidad de establecer un debate entre los historiadores y la sociedad civil.

Sí, recojo la propuesta del libro coordinado por Antonio Cazorla, Alison Menezes y Adrian Schubert, Public Humanities and the Spanish Civil War: Connected and Contested Histories, Palgrave, 2018. Se basa en que exista un espacio de debate interdisciplinar, en el que la sociedad civil tenga voz propia. Creo que es una propuesta, que ellos han desarrollado con mayor profundidad, pero que está en la base de lo que los principales historiadores que defendemos la aprobación de una Ley de Memoria Democrática. Además de la dignificación de las víctimas, tiene que existir un espacio de debate plural, pero solo desde los que defiendan los derechos humanos y la democracia. La ley no impone un pensamiento único, ni pretende reescribir la Historia; quienes abanderan ese argumento o desconocen su contenido o manipulan a la sociedad. Ahora bien, ese espacio en el que intercambiar opiniones, debe fomentarse desde las instituciones, desde la universidad y en contacto directo con la sociedad civil. De lo contrario, la utilidad pública de lo que hacemos los historiadores/as (así como otros especialistas en el estudio del pasado desde otras disciplinas) es nulo. Debemos ser útiles, pues el dinero que manejamos para investigar procede del Estado, que somos todos/as.

Esto no implica que dejemos de escribir en revistas especializadas, sino mantener un equilibrio o incluso formar parte de una cadena en la que nuestro trabajo sea útil. Es cierto, que los intereses de los “académicos” van, en ocasiones, más allá o en paralelo, a los de la sociedad. Pero tiene que existir un punto de encuentro para luego continuar cada uno por su camino.

Los historiadores/as abandonamos la divulgación pero, quizá, no debemos dedicarnos todos/as a la misma. Tiene que existir un avance y un debate historiográfico que no es necesario que conozcan todos los sectores de la sociedad. Ahora bien, debemos participar de la misma. Los historiadores/as, tras su proceso de debate académico, podríamos colaborar con otros colectivos como creadores culturales de diversas ramas u historiadores/as dedicados a la divulgación, para que lo que investigamos y debatimos, tenga su reflejo en la sociedad. No todos/as estamos capacitados para realizar un trabajo de divulgación (requiere una capacidad de síntesis y una narrativa distinta a la “académica”) pero todos/as somos necesarios.

Por último, tu libro plantea una serie de preguntas y reflexiones al lector sobre el conocimiento del pasado, el olvido y la memoria; cuestiones de actualidad política que tienden a generar polémica y a ocupar un tiempo considerable en los medios de comunicación. ¿Cuál debería ser el papel de los historiadores a la hora de responder a esas preguntas? ¿Qué deberían aportar en materia de memoria histórica?

Creo que el papel de los historiadores/as, arqueólogos/as del conflicto, politólogos/as, sociólogos/as y más especialistas ha sido muy importante en darle forma a la actual Ley de Memoria Democrática. No nos olvidemos que el secretario de Estado encargado de su elaboración es un catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Almería. Me consta que muchos especialistas han participado en su elaboración. ¿Cuál es el problema? La pedagogía política que no tuvo el PSOE durante la legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero y la aprobación de la conocida, que no llamada, Ley de Memoria Histórica. Lo mismo le está ocurriendo al actual gobierno de coalición con la de Memoria Democrática. Me refiero a que se debería mostrar cómo lo aprobado no es una decisión ideológica, es política (pues todo es político), pero no es ni guerracivilista ni pretende reescribir el pasado. Esto se debe al ruido mediático que genera la derecha por sentirse herederos de lo ocurrido desde 1936 en adelante, algo que es un craso error. Es cierto, como demostró Xosé Manoel Núñez Seixas en un reciente libro (La guarida del lobo), que la gestión de los pasados “incómodos” no es una asignatura solo pendiente del Estado español, sino que de una forma u otra sucede en casi todos países con conflictos civiles o que sufriesen regímenes totalitarios durante el siglo XX.

Pienso que la propuesta de la “Historia Pública” puede servir para paliar ese problema, debido a que la propia sociedad civil participaría en la elaboración de la historia y también serían importantes para ese proceso didáctico que explique la importancia de la ley. Es evidente que la base deben ser los derechos humanos y la defensa de la democracia. En Los Nadies de la Guerra de España, las familias no solo cedieron documentación, sino que tras leer el capítulo aportaron cosas que no salía en lo que me cedieron o que eran verdades a medias. Fue un proceso muy enriquecedor, porque me sirvió para ver como la sociedad es capaz de leer un texto realizado desde el rigor metodológico (con un fuerte carácter divulgativo, es cierto) y comprobar lo mucho que tienen que aportar personas de distinta clase social, ideología, formación o edad.

De ahí que sea tan acertado el título del capítulo del libro citado de Antonio Cazorla, Alison Menezes y Adrian Schubert, escrito por Cazorla, de que “existen muchos lugares sin memoria y mucha memoria sin lugares”. Quizá debamos, entre todos, paliar ese problema. Aportar memoria a esos lugares, que tenga un significado y que también se conozca lo que fue en su momento histórico, de ahí que yo sea un poco menos optimista con esa tendencia de resignificar algunos lugares como el Valle de los Caídos. El Valle de los Caídos es lo que es, un lugar de conmemoración de la victoria militar en una guerra civil y un lugar de represión. Eso es lo que debe seguir significando, no importa que nos avergüence como ciudadanos tener un espacio así (y otros muchos), sino aprender de él, para que, la democracia, los derechos humanos, el antifascismo y el rechazo del totalitarismo sean los únicos valores que estén en el tapete político. Creer que en la actualidad ese espacio puede ser un lugar de reconciliación es acercarse peligrosamente a lo que quiso la dictadura a partir de la década de los 60 y que abanderaron muchos sectores en la transición: el silenciamiento (y blanqueamiento) institucionalizado del golpe de Estado, la guerra y la dictadura.

El objetivo es que este pasado traumático o sucio, como lo denomina Álvarez Junco en su último libro, deje de serlo. Pero no porque el paso del tiempo entierre los sentimientos de dolor que vienen aparejados a ellos, como ha sucedido con otros acometimientos históricos, como las Guerras Carlistas o las campañas de Marruecos. Debemos construir una cultura democrática, que algunos partidos políticos de extrema derecha no tienen, en base a reconocer nuestros errores como sociedad. A mostrar a las siguientes generaciones que, aunque hubo muchos antifascistas que lucharon contra la dictadura, Franco murió en la cama y ese hecho provocó que la transición no se hiciese como en Portugal (por poner un ejemplo coetáneo en el tiempo). Eso no quiere decir que la derecha sea heredera de la dictadura, pues las acciones cometidas por una persona solo son achacables a ella, no a sus hijos/as, y a nivel más general, de una generación a otra. Pero deben servirnos para analizar lo que queremos ser, a dónde no queremos volver y aprender de los errores de una política intolerante.

De ahí que la pedagogía sea tan importante y que el olvido no sea una opción; por lo menos, ese olvido selectivo que abandera la extrema derecha, que se declaran constitucionalistas un día y al siguiente, en base a mentiras, dicen que la sanidad o el crecimiento económico fue gracias a la dictadura, en un claro objetivo de blanquear ese pasado. No es compatible ningún tipo de constitucionalismo sin la defensa de un antifascismo por parte de amplios sectores sociales y de todos aquellos partidos que quieran presentarse a unas elecciones.

Solo la educación, a través de lo ocurrido en el pasado, podrá revertir esta situación que vivimos actualmente.  

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