Alejandro Camino Rodríguez es graduado en Historia (2015) y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid (2022). Su trayectoria investigadora se centra en el estudio del pensamiento de las mujeres católicas y conservadoras españolas más destacadas de la primera mitad del siglo XX, prestando especial atención a sus planteamientos de género. Sobre este tema ha publicado artículos tanto en revistas nacionales como internacionales, entre los que destacan sus trabajos en Ayer, Historia Contemporánea, Hispania Sacra o Arenal. Asimismo, ha participado en múltiples congresos y seminarios internacionales y ha realizado dos estancias de investigación en la Univerzita Karlova (República Checa). En esta entrevista le planteamos una serie de cuestiones acerca de su reciente obra Defensoras de Dios y de las mujeres. Las activistas católicas en España (1900-1936), resultado de su tesis doctoral, defendida bajo el título de Católicas, activistas y patriotas: una prosopografía de las mujeres politizadas de derechas entre 1900-1950.
En Defensoras de Dios y de las mujeres. Las activistas católicas en España (1900-1936) presentas el desarrollo político de las mujeres católicas conservadoras durante el primer tercio del siglo XX a través de las trayectorias de nueve activistas. ¿Por qué ellas? ¿Qué nos permiten conocer del desarrollo político femenino en las derechas?
Las nueve activistas católicas españolas que vertebran el libro tuvieron muchas cosas en común, especialmente porque compartían las mismas identidades. En concreto, eran y se pensaban a sí mismas como mujeres, como católicas, como españolas y como personas cultas, aunque no siempre en este orden. Sin embargo, cada una de ellas tenían rasgos particulares que las diferenciaban de las otras ocho, pues las culturas políticas católicas fueron de todo menos homogéneas. Al plantear la investigación consideré que solo a través de un pequeño grupo de mujeres de especial trascendencia en la época, y que hubiesen desarrollado ampliamente por escrito su pensamiento, era posible tratar de indagar en las semejanzas, y a su vez en las diferencias, que había dentro del heterogéneo grupo de mujeres católicas y conservadoras.
En lo que respecta a la segunda parte de la pregunta, las nueve mujeres que protagonizan el libro nos permiten conocer el desarrollo político de las mujeres católicas y conservadoras en España de primera mano. El motivo es que la mayoría de ellas participaron muy activamente en política, ya fuese en primera persona, al ser elegidas para ocupar escaños en diversas instituciones políticas, o de forma “indirecta”, al tratar de movilizar al conjunto de españolas mediante sus artículos en prensa o sus conferencias.
¿Cómo ha sido el trabajo con las fuentes para poder comprender el pensamiento y trayectoria de estas mujeres? ¿Cuáles dirías que han sido determinantes?
El trabajo con las fuentes ha sido complicado, como suele ocurrir con cualquier investigación que pretende abordar el pasado desde una perspectiva de género y/o de la historia de las mujeres. Además, este libro surge de mi tesis doctoral, que fue un estudio más amplio para el cual reconstruí la vida de las nueve protagonistas, no solo desde el punto de vista de su pensamiento, sino también de su propia trayectoria vital. Esto se debe a que partí de la premisa de que, para poder comprender por qué pensaban lo que pensaban cada una de estas mujeres en cada momento determinado, era fundamental saber cuál era su situación personal y cómo esta pudo influir en sus ideas. Para reconstruir sus vidas fue necesario realizar un exhaustivo trabajo por múltiples archivos de la geografía española. Por motivos de espacio, por coherencia argumental y, sobre todo, por no aburrir a los/as lectores/as, los aspectos de la trayectoria vital de estas mujeres han quedado muy difuminados en el libro, aunque considero que se aprecia que es algo que se tiene muy en cuenta en el análisis en todo momento.
Para conocer con la mayor profundidad posible el pensamiento de las nueve protagonistas de la obra, las fuentes determinantes, como es lógico, han sido aquellas que permiten analizar de primera mano sus ideas; es decir, los libros y novelas que escribieron, sus artículos periodísticos, las conferencias que impartieron y que fueron transcritas de forma íntegra por su relevancia, etc.
En el activismo de estas mujeres se entrecruzan distintas identidades —mujeres, católicas, conservadoras, españolas, etc.— que condicionaron su relación con el feminismo de principios de siglo. ¿Podríamos llamarlas feministas? ¿Se percibían ellas como tal?
Siguiendo la propuesta de Inmaculada Blasco, mi investigación, más que centrarse en evaluar si las católicas y sus movimientos fueron feministas o no, lo cual se limitaría solo a la polémica de ampliar o restringir la definición del feminismo, ha tratado de comprender qué entendieron estas mujeres por feminismo, por qué sintieron la necesidad de emplear ese término, cuáles fueron sus reclamaciones y cómo las formularon. En cualquier caso, para dar una respuesta directa que satisfaga la curiosidad de los/as lectores/as, en mi opinión sí que podemos y debemos definirlas como feministas. Los motivos son dos.
Por un lado, ellas intentaron conciliar el feminismo y el catolicismo y se consideraron a sí mismas como feministas, frecuentemente incluyendo la muletilla de católicas, razonables o sanas, y fueron identificadas como tales por sus contemporáneos. El análisis histórico de este hecho, eso sí, no está exento de problemas debido a que el término feminismo no significaba (como no significa en la actualidad) lo mismo para todo el mundo. Por ejemplo, para muchos contemporáneos una persona era feminista en tanto que abordase problemáticas de las mujeres en la esfera pública y política. El contenido específico de sus propuestas muchas veces no era lo más importante para que una mujer católica o conservadora fuese definida e identificada como tal.
Por otro lado, ellas significaron como negativa la desigualdad que sufrían las mujeres y buscaron encontrar posibles soluciones. Como ocurrió con otros sectores feministas, las activistas católicas españolas comenzaron a definirse como feministas en un número considerable cuando empezaron a entender la desigualdad que sufrían con respecto a los hombres como injusta y perjudicial para las mujeres y como algo que no era natural. Entonces, al conceptualizar que la desigualdad no era natural, consideraban que estaba justificado el intentar transformar esta realidad, aunque sin perder de vista la doctrina católica y sus límites. Cuando las activistas católicas asimilaron esta noción, acabaron desarrollando una propuesta feminista y de ciudadanía social y política cada vez más profunda. El planteamiento era coherente con el catolicismo, pero buscaba redefinir el ideal de género católico en España, ya que legitimaba las reivindicaciones de derechos políticos y de reforma de la legislación civil y laboral en un sentido favorable para las mujeres.
¿Cómo se reivindicaron los derechos políticos de las mujeres desde el activismo católico femenino?
El pensamiento de las activistas católicas españolas del primer tercio del siglo XX estuvo basado en definiciones de feminidad y de masculinidad que exaltaban la diferencia sexual. Es decir, defendían que existían una serie de características y funciones específicas de hombres o de mujeres, las cuales simplemente reconocían una serie de diferencias naturales creadas por Dios y que, al menos sobre el papel, tenían un valor similar.
Las activistas católicas aprovecharon la hegemonía que estas ideas de la diferencia y la complementariedad tenían en sus culturas políticas para reivindicar una serie de derechos políticos fundamentales, como el voto o el poder ser electas para las instituciones políticas. Para reclamar el voto, sobre todo utilizaron la idea, tan extendida en la época (y que ellas creían de verdad), de que las mujeres, por sus virtudes naturales, eran más religiosas y conservadoras que los hombres y, por tanto, en los procesos electorales beneficiarían a los partidos católicos. Aunque es cierto que algunas activistas católicas, en clara minoría, consideraron que el voto era un derecho ciudadano que debía ser reconocido a las mujeres sin pensar en posibles beneficios electorales para las derechas y que así debería reivindicarse. Para reivindicar el derecho de las mujeres a ser elegidas, las activistas católicas también utilizaron los argumentos de la diferencia y la complementariedad. Aseguraron que, por las cualidades específicas que poseían, estaban mejor dotadas que los varones para desempeñar una serie de funciones en las instituciones políticas, como las cuestiones relativas a la caridad, a la beneficencia o a la sanidad.
¿Y en el ámbito laboral? ¿Bajo qué discursos y premisas se crearon los sindicatos católicos de mujeres? ¿Cuáles fueron sus prácticas sindicales para mejorar la situación laboral de las obreras?
Los sindicatos católicos femeninos se crearon por tres motivos. Por un lado, para evitar que las obreras se afiliasen a sindicatos de izquierdas. Por otro lado, porque las activistas católicas genuinamente creían en la necesidad de que se consiguiesen mejoras laborales para las mujeres obreras, quienes en el primer tercio del siglo XX vivían en una situación muy precaria. Por ejemplo, reivindicaron constantemente la igualdad salarial entre hombres y mujeres por el mismo trabajo, así como el derecho de las mujeres casadas a administrar su salario. Por último, por el convencimiento de estas activistas acerca de que los sindicatos eran herramientas necesarias para que los patronos, que explotaban (utilizaban el concepto explotación) a las obreras aprovechándose de su desesperada situación, pusiesen en práctica la legislación que protegía a las trabajadoras.
En mi opinión, lo más destacable de estos planteamientos es que, a través de ellos, y de su consiguiente actividad sindical, parte de las activistas católicas del primer tercio del siglo XX acabaron por cuestionar las actividades clásicas de caridad tradicional, al considerarlas por sí solas como poco justas e ineficaces. Es decir, empezaron a interpretar que la caridad era algo paliativo, pero insuficiente para solucionar problemas estructurales de una sociedad, como es el caso de la pobreza. Por tanto, plantearon que la caridad no solucionaba nada, salvo que esta fuese acompañada de otras medidas encaminadas a la transformación social, como el que se retribuyese con salarios dignos a todas las obreras y a todos los obreros.
Las sindicalistas católicas concibieron, por tanto, que era necesario acabar con la situación de explotación que vivían las obreras. El principal elemento que, para ellas, evitaba u obstaculizaba que se pusiese fin estos problemas era que muy poca gente con capacidad de decisión o influencia era consciente de su su precaria situación. Para tratar de afrontar esta cuestión, pusieron en marcha varias estrategias. Por un lado, las activistas católicas se esforzaron en difundir todo lo posible las pésimas condiciones laborales que sufrían las obreras, tratando de retratarlas con toda su crudeza para que sus lectores tomasen consciencia de la realidad. En sus artículos en prensa, en sus conferencias e incluso en sus novelas, las sindicalistas católicas relataron y detallaron minuciosamente las largas jornadas de trabajo, el escaso descanso, el bajo salario, la mala postura que sostenían durante tantas horas, los dolores que sufrían, la escasez de luz, la falta de higiene o los peligros que contra la moral y la salud acechaban en los entornos laborales.
Por otro lado, las sindicalistas católicas estaban convencidas de que los patronos tenían la capacidad de engañar o de “engañar” a los inspectores de trabajo, por lo que estos ignoraban (o hacían la vista gorda) las verdaderas condiciones de trabajo de las obreras. Para combatir esta situación, y asegurarse de que los patronos cumpliesen con la legislación, las sindicalistas católicas defendían la necesidad de que aumentase el número de inspectores y de inspecciones, así como que la inspección de los centros en los que trabajasen obreras fuese realizada por mujeres. El motivo es que consideraban que las inspectoras estaban más preocupadas por las condiciones de las obreras que los inspectores.
Por último, en los modelos de feminidad y masculinidad reivindicados por estas mujeres, ¿qué papel jugaba el factor nacional? ¿Y el militar?
Las activistas católicas españolas del primer tercio del siglo XX, en la línea de diversas corrientes de pensamiento regeneracionistas presentes en España durante las primeras décadas del siglo XX y partiendo del discurso de la complementariedad y de la diferencia entre los sexos, argumentaron que para la supervivencia y la regeneración de la patria era necesaria la acción de las mujeres. Por ejemplo, aseguraron que era fundamental su labor inculcando en sus hijos el amor hacia la nación o desplegando en la esfera pública, como madres sociales, sus virtudes maternales. Con el paso de los años, muchas mujeres católicas y conservadoras se percibieron a sí mismas como las garantes (y principales reproductoras) de los valores nacionales y de la virilidad nacional (al ser ellas quienes, como madres, inculcaban estos principios en sus hijos). Asimismo, no fueron pocas las activistas católicas que justificaron su intervención en el ámbito público argumentando que era necesario que las mujeres interviniesen en la esfera pública para luchar contra las amenazas que ellas consideraban que atacaban a la patria y/o a la religión católica.
Los discursos nacionalistas, además, abrieron la puerta a las mujeres católicas del primer tercio del siglo XX a identificarse como ciudadanas. Como el rasgo definitorio de la ciudadanía era el ser patriotas, si servían a España al igual que los hombres (aunque de otra forma) y eran igual de patriotas (o más) que estos, podían justificar coherentemente, en el marco de un estado-nación al que sentían que pertenecían, sus iniciativas para reclamar derechos de ciudadanía política para las españolas en su conjunto.
El factor militar, por su parte, era considerado por las activistas católicas uno de los elementos a través del que los hombres debían demostrar su amor por la patria y, también, a la religión. Sin embargo, fruto de la asimilación de corrientes de pensamiento liberales, empezaron a valorar que el trabajo asalariado y/o el ser un buen padre de familia católico podía ser tan digno como lo que hacían los militares en el campo de batalla al dar su vida por Dios y por la patria, pues también contribuían, aunque de otra forma, al engrandecimiento de la patria.